DÍA INTERNACIONAL DE LA TRADUCCIÓN
Amadeo Albuquerque Lara
Dedico esta corta nota a
mis colegas Hernán Navas y Rolando Téllez, traductores profesionales
Ayer 30 de septiembre fue
el Día Internacional de la Traducción.
Por tal motivo voy a dedicar esta corta nota a esa noble labor. Traducir
de un idioma a otro es una ciencia que no cualquiera domina. El traductor debe
tener dominio absoluto sobre las dos lenguas en la que trabaja. Traducir textos
de dos lenguas en contacto no es tan difícil como lo es traducir de una lengua
clásica antigua de la que el traductor tiene poco conocimiento de la cultura y
giros idiomáticos, refranes, leyendas, etc. Me refiero a la traducción de los
idiomas hebreo, arameo, griego y latín, al romance castellano, catalogada como
lengua vulgar y sacrílega.
La Escuela de Traductores
de Toledo era un grupo de profesionales conocedores de las lenguas clásicas, de
tal manera que el Rey Alfonso X el Sabio confió en ellos la traducción de la
Biblia llamada Alfonsina, en el año 1,280. Sin embargo, aunque la traducción es
al romance castellano, tuvo como idioma origen la Biblia Vulgata Latina y no los
idiomas originales. La traducción de la Vulgata
Latina la hizo el políglota Jerónimo de Estridón conocido como San Jerónimo,
quien dominaba el hebreo, el griego, y el latín, entre otros. De manera que
llegó a ser un gran latinista, “y muy buen conocedor del griego y de otros
idiomas, pero muy poco conocedor de los libros espirituales y religiosos”
(Crédito: Aciprensa). Por tal razón la traducción de la Vulgata no se basó en
los idiomas hebreo y arameo, sino en la Septuagina, o versión griega de la
Biblia Hebrea.
Es una lástima que los
feligreses católicos de Masaya no hayan sido instruidos por sus párrocos acerca
de la magna obra de traducción de la Biblia Vulgata Latina hecha por San
Jerónimo. Si así hubiera sido no cometerían el error de llamarlo “El doctor de
los pobres”, ni tampoco mezclar su celebración con consumidores de aguardiente;
pues San Jerónimo era doctor en Teología Sagrada, no era doctor en medicina.
Pero sus biógrafos afirman que Jerónimo, antes de sus estudios bíblicos leía
más libros paganos que religiosos; tal vez a eso se deba el cariz que han
tomado sus celebraciones.
No obstante, me voy a
referir a un traductor que sí era muy espiritual y consagrado a la fe
evangélica. Se trata de Casiodoro de Reina, exmonje del Monasterio de San Isidoro
del Campo, convertido al Protestantismo. Él fue quien tradujo la Biblia del Oso
al romance castellano basado en los idiomas originales hebreo, arameo y griego.
Pero por traducirla al romance fue perseguido por la llamada “Santa Inquisición”
de España, en donde ésta era muy apegada al Decreto del Concilio de Trento (1546)
y al “Index Bibliorum Prohibitorum” o “Índice de Libros
Prohibidos”, el cual incluía la Biblia traducida al romance castellano. Por
tanto, Casiodoro de Reina tuvo que salir huyendo de España para evitar ser
quemado en la hoguera de la Inquisición católica, ya que él había traducido el
Nuevo Testamento al romance castellano; y le resultaría muy peligroso quedarse
para traducir el Antiguo Testamento al romance. En consecuencia, Casiodoro huyó
de España a Frankfurt, y de allí a Inglaterra y después a Basilea, Suiza, donde
sí tradujo la Biblia completa al castellano, la cual fue publicada el 28 de
septiembre de 1569.
Otro traductor de las
Sagradas Escrituras de los textos originales al alemán popular es Marín Lutero
(1483-1546), quien también fue víctima de la Santa Inquisición y especialmente,
del Papa León X (1475-1521). Afortunadamente, Lutero contó con la amistad de
personajes de poder político y religioso como Federico III de Sajonia (1463-1525),
quien fingió un secuestro y lo refugió en el Castillo de Wartburg, en donde
Lutero tradujo el Nuevo Testamento del griego al alemán, mientras se libraba de
la persecución y de la quema en la hoguera.
De manera que el oficio
del traductor no es solamente difícil por trasladar, un idioma a otro, de
interpretar la cultura, los giros idiomáticos y los matices semánticos de la
lengua de origen a la lengua meta, sino que atreverse a traducir un texto considerado
sagrado a una lengua llamada vulgar, puede ser considerado digno de una muerte
terrible, como era la hoguera de la Edad Media.
Afortunadamente, ahora ya
no existe esa amenaza de la Inquisición, la cual fue abolida por el Papa Pablo
VI (1897-1978), durante el Concilio Vaticano II (1962-1965). Sin embargo, la
labor de traducir sigue siendo difícil y depende de traductores e intérpretes
profesionales; generalmente es una profesión multidisciplinaria, según la
complejidad del texto de donde se traduce. Actualmente, el traductor debe ser
lingüista, experto en la gramática y semántica de los idiomas involucrados en
la traducción. De no ser así, la traducción no resultará en una obra muy
semejante a la lengua original, en materia de interpretación; y además muy literaria
y gramatical en cuanto a la lengua meta, o lengua a la que se traduce.
Esta breve nota es un
tributo a los profesionales dedicados a la difícil tarea de la traducción, por
Amadeo Albuquerque Lara, especialista en Lingüística y Master en Teología y
Educación Religiosa (UNAN, Managua, University of North Dakota, USA, Central
Baptist Theological Seminary, Kansas
City, Kansas).
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