domingo, 26 de febrero de 2023

 

HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA FE ABRAHÁMICA-CRISTIANA

Gén 10:1, 11:14-17, 24-26, 31; 12:1-10; Mat 19:28, Rom 4:1-12 y Hebreos 1:1-8.

Amadeo Albuquerque Lara

En este escrito he tomado al patriarca Abraham como el padre de la fe, no solamente hebrea, sino también cristiana. Tomo como principio de la historia, la fe judeo-cristiana, o más bien abrahámica, desde la salida de Abram de Ur de los caldeos, en la antigua Mesopotamia, hasta la consumación de la fe cristiana mediante el sacrificio expiatorio de Jesucristo, y el testimonio de sus apóstoles.

Las tres etapas del Israel bíblico

La Biblia presenta una sola historia en tres etapas del pueblo de Israel:

1] El prototipo de la nación de Israel representada por la familia del patriarca Abraham, desde su salida de Ur de los caldeos, hasta su establecimiento en Hebrón y el Négeb o Neguev, o Negev, al sur de Canaán.

“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. 2 Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. 3 Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gén 12:1-3). (Destacado es mío)

Según este pasaje, queda claro que la promesa hecha al padre de la fe no se limita a su familia, sino que se proyecta a “todas las familias de la tierra”, sin límites de fecha, ni de etnias, ni de determinada zona geográfica.

2) El Israel rescatado de la esclavitud de Egipto por Moisés, llevado por él en el desierto; y luego, hasta el monte Nebo, en las llanuras de Moab, frente a Jericó. Y que Josué posteriormente toma posesión de la tierra prometida, quien también reparte esa tierra a las doce tribus de Israel.

“Subió Moisés de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbre del Pisga, que está enfrente de Jericó; y le mostró Jehová toda la tierra de Galaad hasta Dan, 2 todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés, toda la tierra de Judá hasta el mar occidental; 3 el Neguev, y la llanura, la vega de Jericó, ciudad de las palmeras, hasta Zoar. 4 Y le dijo Jehová: Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá” (Deut 34:1-4).

Dios le apareció a Moisés por medio de la visión de la zarza que ardía, pero que no se consumía. En este lugar, en el monte Horeb, monte de Dios (Éxodo 3:1), Moisés recibe la comisión directamente de Dios para que saque a su pueblo de la tierra de Egipto y que lo conduzca a una tierra que fluye leche y miel: la tierra prometida (Éxodo 3:6-8). Pero Moisés y el pueblo de Israel tuvieron que pasar 40 años en el desierto, antes de entrar en la tierra de la promesa.

Este es el Israel rebelde y refunfuñón, que como consecuencia, tuvo que rodear el desierto de Parán, durante cuarenta años. Pero tampoco su libertador, Moisés, lo pudo guiar hasta la tierra prometida, sino su sucesor, Josué. Con Josué se consuma la promesa hecha a Abram, Isaac y Jacob o Israel; y a Moisés, en el monte Horeb.

3) El Israel celestial proclamado en el libro de Apocalipsis, representado por las doce tribus, las cuales serán juzgadas por sus apóstoles, en el día postrero (Mat 19:28). Estas doce tribus son presentadas en el libro de Apocalipsis, en el siguiente orden: Judá, Rubén, Gad, Aser, Neftalí, Manasés, Simeón, Leví, Isacar, Zabulón, José y Benjamín (Apoc 7:5-8). Veremos que la tribu de Judá no es sólo la zona escogida por Abraham, después de su travesía desde Ur; no sólo es la capital del reino de David; no es sólo donde Salomón construye el Templo, sino que es la tribu de donde viene el Mesías; y que Jerusalén no sólo es una ciudad geográfica y político-religiosa, sino que se perpetúa para la eternidad: la Jerusalén celestial.

“Mas tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que será gobernante en Israel; y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2).

a] La nueva Jerusalén

El escritor del libro de Apocalipsis retoma la ciudad de Jerusalén, la antigua Uru-Salem, ciudad de paz, la que una vez fue gobernada por Melquisedec, sacerdote y rey, sin principio ni fin, prefigura de Jesucristo; esta Jerusalén, que también estuvo gobernada por los jebuseos, se prolongaría hasta los cielos, como la Nueva Jerusalén:

“Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo” (Apoc 3:12).

Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido (Apoc 21:2): la Iglesia.

“Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios” (Apoc 21:10): la misma novia ataviada para el esposo, Jesucristo.

 

b) El león de la tribu de Judá. Esta es una figura de Jesús como descendiente de la tribu de Judá, la ciudad de David. Esta tribu se destaca sobre las otras once, porque las diez del norte se conocen como perdidas; porque Judá es la cuna del Mesías prometido:

“Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apoc 5:5).

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana” (Apoc 22:16). ¿Habrá alguien que diga creer en la Biblia, e ignorar la raíz de nuestra fe, en el Antiguo Testamento, la misma fe defendida y proclamada por Jesús y sus apóstoles? (Todos los destacados son míos)

c] El Cordero sobre el monte de Sion

La imagen del Cordero se da también a Jesús: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, exclamó Juan el bautista cuando vio venir a Jesús hacia él (Juan 1:29). Y es la misma imagen que aparece en el monte Moria (monte de Sion), cuando en vez de Isaac, Abraham sacrifica un cordero, prefigura del Cordero de Dios.

“Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente” (Apoc 14:1).

d] Las doce tribus de los hijos de Israel

La visión que tuvo el escritor del libro de Apocalipsis tampoco excluye a las doce tribus que formaron al pueblo de Israel hasta que las prácticas idólatras de sus reyes, hicieron perder las diez tribus del norte, y se quedaran reducidas a la importante tribu de Judá. Sin embargo, el número de las doce tribus queda en la memoria, pero para juicio en el día postrero.

 “Tenía un muro grande y alto con doce puertas; y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel” (Apoc 21:12)

“Y Jesús les dijo: De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mat 19:28)”. (El destacado es mío)

A la pregunta del apóstol Pedro a Jesús sobre qué recompensa tendrían ellos que habían dejado todo, Jesús les contesta que ellos juzgarán a las doce tribus de los hijos de Israel. He aquí la prueba dada por Jesús sobre la continuación de la historia de un pueblo que tuvo su inicio en la familia del patriarca Abraham, cuando salió de Ur de los caldeos y se estableció en Canaán, con el nombre de la tierra prometida. Por tanto, la historia de las doce tribus de Israel la corrobora el Señor Jesús, y se la confirma a sus apóstoles.

Ahora pasemos al comienzo histórico de nuestra fe, la cual “ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3)

La historia de la fe abrahámica-cristiana comienza cuando Abram sale de Ur de los caldeos, por mandato de Dios, de una ciudad muy desarrollada, pero idólatra. No sabemos cómo Abram llegó al conocimiento del Dios de la Historia y dador de la fe, para convertirse en el padre de la fe hebrea y cristiana. Pero, como dice el apóstol Pablo en su carta a los Romanos: 

“Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia (Rom 4:3).

Asimismo, el escritor del libro de Hebreos cita la fe de Abraham:

“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. 9 Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; 10 porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Heb 11:8-10): La nueva Jerusalén celestial. (El destacado es mío)

Esta es una clara alusión a la Jerusalén celestial, descrita en el libro de Apocalipsis. Hay una Jerusalén geográfica, terrenal y política; y una Jerusalén celestial; no manipulada por políticos ni por imperios militares, ni por llamados religiosos.

Dicen los historiadores que Ur fue fundada hace unos “6,000 años, y que fue uno de los primeros núcleos urbanos de Mesopotamia; así como de la humanidad. Su legado arqueológico es el más destacado de la cultura sumeria” (Yahoo Noticias, La Nación).

Entonces, ¿por qué Abram está dispuesto a dejar su ciudad natal para dirigirse a una tierra que no conoce, como expresa el escritor a los hebreos? La respuesta es la obediencia al llamado de Dios, su fe en ese Dios, muy distinto a los dioses de sus padres, tales como Baal el dios principal de los Caldeo-Asirios; Damkina, la diosa de la madre tierra; Dumuzi, dios de la vegetación, y Ea, el dios de la sabiduría.

Taré, el padre de Abram, adoraba a todos estos dioses; pero además, Baal era el eterno enemigo del Dios de Israel: YHWH o Yavé. Por tanto, Abram no podía servir a su Dios en medio de la idolatría; pero para eso, tendría que establecerse en Canaán y formar una gran nación. Y, posteriormente, como nación organizada, derrotar a todas las naciones cananeas.

Sin embargo, en este punto, veremos cómo Abram llega hasta el sur de Canaán, sin ninguna resistencia de los pobladores cananeos, pero construyendo altares a su Dios. Abram, su esposa Sarai y su sobrino Lot, con sus ganados y siervos, sale de Harán, después de la muerte de su padre Taré, con rumbo sur, hacia la tierra de los cananeos. La Biblia no nos dice cuánto tiempo Abram se detuvo en Harán; ni que tampoco haya tenido que destruir a ninguna nación en este viaje; sino que observamos a Abram construyendo altares a su Dios, en este orden: Siquem, Betel, y Hebrón, ciudades cananeas.

Aquí en Hebrón decidió quedarse en los alrededores de Judá y el Neguev, región que Abraham escogió sin imaginar que era el lugar que Dios había escogido para que Salomón construyera el Templo; y para que años después, el Hijo de Dios sería crucificado y resucitado. Cuando Sara, su esposa muere, Abraham le propone comprar un campo a Efrón el hitita o heteo, para que este lugar sirviera como sepultura, ¿prefigura de la sepultura de Jesús?.

“Si tenéis voluntad de que yo sepulte mi muerta de delante de mí, oídme, e interceded por mí con Efrón hijo de Zohar, 9 para que me dé la cueva de Macpela, que tiene al extremo de su heredad; que por su justo precio me la dé, para posesión de sepultura en medio de vosotros” (Gén 23:8-9). (Destacado es mío)

En tierra cananea nació Isaac, y aquí Abram recibió el mandato de Dios para que sacrificara a su único hijo, Isaac, en el monte Moria, el cual posteriormente recibiría el nombre de Monte de Sion. Pero Abraham jamás imaginó que el que sería sacrificio de su único hijo, en el monte Moria, sería la prefigura del sacrificio del Unigénito Hijo de Dios. Todo esto estaba dispuesto por Dios. No importaba que Judá estuviera dominada por los jebuseos. Estos serían derrotados, y posteriormente, sería la capital del Reino del Sur, regida por el rey David, de cuyo linaje nacería el Mesías.

Siendo David rey de Judá, se dirige al jefe jebuseo, Arauna, para ofrecerle comprar un campo para construir un altar a su Dios. Aunque Arauna se lo ofrece como regalo, David no acepta construir un altar a Dios en un terreno que no le cueste. Entonces, Arauna se lo vende por 50 siclos, o monedas de plata.

“y Arauna miró, y vio al rey y a sus siervos que venían hacia él. Saliendo entonces Arauna, se inclinó delante del rey, rostro a tierra. 21 Y Arauna dijo: ¿Por qué viene mi señor el rey a su siervo? Y David respondió: Para comprar de ti la era, a fin de edificar un altar a Jehová, para que cese la mortandad del pueblo. 22 Y Arauna dijo a David: Tome y ofrezca mi señor el rey lo que bien le pareciere; he aquí bueyes para el holocausto, y los trillos y los yugos de los bueyes para leña. 23 Todo esto, oh rey, Arauna lo da al rey. Luego dijo Arauna al rey: Jehová tu Dios te sea propicio. 24 Y el rey dijo a Arauna: No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada. Entonces David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata” (2do Samuel 24:20-24).

Arauna era un jefe jebuseo; sin embargo, Dios puso en el corazón del rey David que a este hombre debía comprarle la propiedad para construir el altar a su Dios. David pensó en un altar; pero Dios había dispuesto que en este sitio Salomón construiría el Templo para centro de adoración y símbolo de la fe del pueblo de Israel; y, posteriormente, de la cristiandad.

Según el plan de Dios, Abraham escogería el sur de Canaán para construir el último altar en Hebrón; Hebrón sería el lugar de sepultura de su esposa Sara, en la cueva de Macpela; el monte Moria había sido el lugar que Dios le asignó a Abraham para sacrificar a su único hijo, Isaac. En tanto que el rey David le propone al jefe jebuseo, que le venda la propiedad para construirle un altar a su Dios. Sin saberlo David, sobre esta propiedad sería construido el Templo; y a pocos metros de este lugar se ofrecería en sacrificio único y eterno, el Unigénito Hijo de Dios, en el monte de la calavera o Gólgota.

Ahora bien, revisando la historia de la ruta del patriarca Abraham hacia el sur de Canaán, este es el nombre que Moisés, y más tarde, Josué, se proponen conquistar como promesa de Dios a Abraham. La tierra de Canaán, y los pueblos cananeos son parte de la historia, y modernamente, estos lugares han sido investigados por científicos arqueólogos; y comprobada su autenticidad.

Palestina no aparece por ningún lado sino hasta el año 335 d. C., cuando el emperador romano, Adriano, le impone el nombre al territorio de Galilea y Judea, como Siria-Palestina (Peleset, hebreo; Filistia, latín; país de los filisteos). Filistia hasta entonces estaba ubicada en lo que ahora se conoce como la franja de Gaza. Por tanto, como una forma de burlarse de los judíos representados por Simón Bar Kofba, líder de la última revuelta judía, cuando luchaban por sacudirse el yugo de los romanos. Pero Adriano, el emperador romano, le cambia el nombre a la región, como Siria-Palestina.

Más tarde, los británicos por mandato del Consejo de la Sociedad de Naciones, el 24 de julio de 1922, reciben la autoridad sobre Palestina, cuyo mandato termina el 14 de mayo de 1948; pero ya queda el territorio con el nombre de Palestina, con un claro sesgo político, anti judaico, y como motivo para las posteriores guerras entre judíos y palestinos, que a la fecha se intensifican; una clara intervención política de los imperios, para propiciar la guerra entre dos pueblos que en el Antiguo Testamento siempre fueron enemigos.

Pero lo triste es que los llamados líderes de la fe cristiana, por motivos políticos, se han olvidado de que en Abraham, Isaac y Jacob; y más tarde en Moisés, se cumplió la promesa. Pero que no se perfeccionó hasta que el Hijo de Dios la consumó.

Sin embargo, lo peor aconteció cuando las Sociedades Bíblicas Británicas, y las Sociedades Bíblicas Unidas, confirman el nombramiento de Palestina, plasmándolo en los mapas, y en la “historia” como si ese nombre hubiera existido en los tiempos de Jesús. Véase en los mapas bíblicos: “La Palestina en tiempos de Jesús”. Un claro anacronismo, impuesto a quienes desconocen la verdadera historia de la fe abrahámica-cristiana.

CONCLUSIÓN

El propósito de mi escrito ha sido basarme por completo en la historia de la Biblia a partir de la salida del patriarca Abraham de la ciudad de Ur de los caldeos, en su viaje sobre la ribera del río Éufrates hasta Harán. En este viaje lo acompañan su padre Taré, su esposa Sarai, su sobrino Lot y los criados como responsables del ganado.

Desde Harán, Abraham llega al territorio cananeo edificándole altares al Dios que le había ordenado salir de su tierra pagana hacia una tierra que ni siquiera conocía, la cual también era pagana.

Abraham, ya con su nombre cambiado, se establece en el sur de Canaán, en Hebrón, en donde había construido el último altar; pero sería el rey David el que compraría la propiedad al jefe jebuseo, Arauna, sin saber ambos que sería el lugar sagrado y centro de adoración para todos los que creemos en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob o Israel, en el Antiguo Testamento; y en Jesucristo, proclamado en el Nuevo Testamento.

Sin embargo, la política y el poder imperial, han cambiado al Israel designado por Dios, por un Israel político, odiado, relegado y expulsado por romanos, otomanos y británicos. Pero yo no exalto a un Israel moderno y político; sino al Israel escogido por Dios, que siguió sus mandatos, a pesar de su desobediencia. Este Israel, dividido en tres etapas, en su última etapa, está representado en el libro de Apocalipsis como las doce tribus, las cuales serán juzgadas, por los apóstoles de Jesucristo, en el día postrero.

Por tanto, no son los hombres, sino Dios quien elaboró un plan de salvación por medio de Abraham, Isaac y Jacob, tal como se lo dijo Dios a Moisés: yo soy el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; Yo soy te ha enviado a Faraón.

A esta fe yo la llamo la fe abrahámica-cristiana, la cual llena la totalidad del Antiguo Testamento y la fundamenta el mismo Señor Jesús, en el Nuevo Testamento. Es la historia que presenta a Melquisedec, sacerdote y rey de Salem, a quien Abraham le dio sus diezmos; el prototipo del mismo Sumo Sacerdote, Jesucristo, quien es el Sumo Sacerdote y Rey, con nombramiento eterno, según el orden de Melquisedec; sin principio ni fin, descendiente de la tribu de Judá, de la cual ningún otro sacerdote proviene. Es la historia de Abraham, Isaac y Jacob; es la historia de Moisés, de David, de los profetas y del mismo Señor Jesucristo. Esta es la fe que yo defiendo en este escrito, con la historia bíblica como fundamento, sin sesgos políticos, étnicos, ni religiosos.