jueves, 1 de septiembre de 2022

  

EL MESÍAS-REY DE LA ESPERANZA JUDAICA

Jeremías 23:5; Zacarías 9:9 y Mateo 21: 1-11, Marcos 11: 1-11, Lucas 19: 28-44 y Juan 12: 12-19

Amadeo Albuquerque Lara

El pueblo de Israel tiene una historia de sufrimientos, castigos y opresión por parte de potencias extranjeras. Habían sufrido esclavitud en Egipto, hambre y sed en el desierto. Pero les fue peor, cuando al profeta Samuel le pidieron rey, como lo tenían todas las naciones: “y nosotros seremos también como todas las naciones; y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros y hará nuestras guerras” (1ro Samuel 8:20) Ellos no pensaban en líderes espirituales que los condujeran a Dios, como un pastor, sino en un rey guerrero. Eso era su ideal y ese ideal ha prevalecido hasta hoy.

Bajo el reinado de Saúl, derrotaron a los amalecitas, un pueblo nómada que al final se estableció al sur de Canaán, en la franja de tierra ubicada entre el mar Muerto y el mar Rojo. La lucha contra los amalecitas fue tanta que estos se mencionan en Génesis, Éxodo, Deuteronomio, Jueces, 1ro Samuel y 1ro Crónicas. Sin embargo, bajo el reinado de Saúl fueron derrotados.

Otra derrota importante fue contra los filisteos, un pueblo mucho más desarrollado que Israel. Fabricaban sus armas de hierro, lo cual ha sido corroborado por arqueólogos de la Universidad Bar-Illan y además, había gigantes en Gat. Uno de ellos fue Goliat, a quien el joven David mató. Bajo el reinado del rey David, los filisteos, vecinos cercanos de los amalecitas, y enemigos peligrosos del pueblo de Israel, fueron derrotados, a pesar de su superioridad.

En contraste con estos reyes guerreros, Salomón mantuvo su reinado en paz y este rey elevó al pueblo de Israel a su máximo esplendor, reconocido como la época de oro, pero a costa de graves obligaciones impositivas. Por tal razón, el pueblo de Israel se sentía protegido por los reyes, y estaban dispuestos a seguir apoyándolos. Como consecuencia de estos beneficios y triunfos sobre los pueblos vecinos, el pueblo y líderes de Israel esperaban, y todavía esperan, al Mesías profetizado en el Antiguo Testamento.

Pero por causa de la desobediencia, el desenfreno de promiscuidad, y el pecado de idolatría de Salomón en los días de su madurez de edad, y por sus mujeres extranjeras y paganas, su reino fue dividido después de su muerte. Después de la muerte de Salomón, y por la idolatría y e inmoralidad de los demás reyes de la dinastía davídica, Israel fue llevado cautivo por los asirios y babilonios, en diferentes épocas. A partir de estos cautiverios, Israel tuvo una vida de esclavitud, bajo el dominio de reyes extranjeros. Por eso, la idea de un Mesías guerrero, político y nacionalista siempre estuvo presente como una necesidad imperiosa.

En consecuencia, la nación hebrea siempre quiso rebelarse en contra de los reyes extranjeros   apoyando las rebeliones de los años 167 a 160 a. C., dirigida por los macabeos contra el Imperio seléucida, el cual fue derrotado por militares romanos, pero no por rebeldes judíos.

También lucharon en contra de la influencia helenística, mediante el rechazo de la adoración de los dioses que los griegos entronaron en el mismo Templo de Jerusalén. Luego, en los tiempos de Jesús, había facciones políticas como los fariseos y los saduceos, los zelotes y sicarios. Estos grupos estaban en contra del yugo romano, y por ende, querían forzar a Jesús para que encabezara una rebelión en contra de los gobernantes romanos, si Jesús era el Mesías esperado.

Jesús comenzó su ministerio al inicio del primer ciclo histórico del Imperio romano; por tal razón, el pueblo judío mostraba su inconformidad en contra de esta dominación. Por tanto, la esperanza generalizada era que el Mesías prometido por los profetas y los salmos, los liberara del dominio de reyes y gobernadores romanos, especialmente, en los tiempos de Jesús.

Por estas ideas mesiánicas, en tiempos de Jesús la sociedad judía se encontraba extremadamente dividida por causa de estas esclavitudes, exilios y dominación por gobiernos extranjeros. Por tal razón, su esperanza estaba puesta en un Mesías político, nacionalista y guerrero que liderara una rebelión mucho más fuerte que la de los macabeos, en contra de las legiones de soldados romanos.

El grupo de los guerreros

Por un lado, estaban los zelotes, quienes esperaban a un líder guerrero que contara con un ejército poderoso. Esta facción político-nacionalista era la más violenta de los judíos. Por eso, uno de sus seguidores le cortó la oreja a un soldado con la espada que portaba. Otro grupo lo formaban los sicarios, llamados así por el uso de la espada corta o daga. Entre los discípulos de Jesús había zelotes y sicarios. Por ejemplo, Simón el Cananeo, también era llamado Simón el Zelote y portaba espada.

En cuanto a Judas, era hijo de un Simón que llevaba el apelativo de Iscariote, que según algunos estudiosos, la palabra Iscariote se deriva del latín “sicarius”, de “sica” espada corta o daga. Sin embargo, no se sabe si como sicario, Judas escondía una daga bajo su túnica. La Biblia sólo dice que era ladrón y que guardaba la bolsa del dinero.

“Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: 5 ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? 6 Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella”.  (Juan 12:5-6)


 

Algunos estudiosos de la Biblia, a Judas lo califican como sicario o como zelote. Por eso, decepcionado por la pasividad de Jesús decidió entregarlo; aunque después se arrepintió, pero demasiado tarde. Pero no sólo Judas se decepcionó, también lo hicieron los demás discípulos, con su dispersión y miedo, la misma noche de su captura.

Los grupos religiosos

A] Los fariseos esperaban a un legislador que impusiera la ley de Moisés. Por eso, a Jesús lo acusaban de violar la ley, de sanar en día de reposo; pero Jesús fue duro y riguroso en contra de esta secta por su hipocresía de aparentar cumplir con la ley, pero por tantas añadiduras impuestas, la exigían, pero no la cumplían.

B] El otro grupo era el de los saduceos, quienes se ufanaban de obedecer literalmente la ley mosaica, pero rechazaban la creencia en los espíritus, en ángeles y las doctrinas de la resurrección y la vida eterna. Por eso, le plantearon a Jesús la doctrina de la resurrección con el caso de la mujer que había tenido siete maridos (Lucas 20:27-38)

C] También estaban los esenios, quienes esperaban a un sacerdote que instituyera un culto nuevo. Los esenios eran “miembros de una secta judía, establecida probablemente desde mediados del siglo II a. C. tras la Revuelta Macabea, y cuya existencia hasta el siglo I a. C. está documentada por distintas fuentes. Sus antecedentes inmediatos podrían estar en el movimiento hasideo, de la época de la dominación seléucida” (Wikipedia). La existencia de los esenios está atestiguada por los rollos del Mar Muerto, cuya autenticidad ha sido examinada por pruebas de carbono (Nanopdf.com).

Entendemos ahora qué clase de Mesías esperaba, y todavía espera, la sociedad judía en general. La respuesta es que esperaban a un Mesías político-guerrero y nacionalista que restaurara el Reino de Israel y que expulsara al invasor romano. Para la sociedad judía, el Mesías esperado estaba profetizado como rey político. Así interpretaban las profecías de Jeremías y de Zacarías, a quienes los líderes y el pueblo común mal interpretaban sus profecías a favor de un Rey político. Observemos la terminología de estas profecías:

“He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. 6 En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra”. (Jeremías 23:5). (Énfasis mío)

Este Mesías sería un Rey, igual que los defendiera como Saúl que derrotó a los amalecitas, o como David que había derrotado a los filisteos, Así ellos esperaban que el Mesías los liberara del yugo del Imperio Romano. Este Rey vendría del linaje de David, lo cual era muy esperanzador; haría justicia y juicio en la tierra, salvaría a Judá e Israel habitaría confiado.

Pero Jesús fue todo lo contrario, dijo que su Reino no era de este mundo. Era un Rey sin armas, sin espada libertadora, sin escoltas, como las legiones romanas. Era un desconocido carpintero, ciudadano de Nazaret de donde nada bueno había salido. Comparemos lo que Natanael le dijo a Felipe: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:46). Esa era la imagen que se formaron de Jesús y por eso, muchos de sus discípulos lo abandonaron (“Pero entendiendo Jesús que iban a venir para apoderarse de él y hacerle rey, volvió a retirarse al monte él solo” (Juan 6:15). (Énfasis mío).

“Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. 67 Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67-68)

Además, Jesús era el hijo del carpintero, no ostentaba títulos, como los maestros de la ley. Se hospedaba, recibía, y comía con los pecadores; defendía a las prostitutas, y siempre se mezclaba con los pobres. Más bien atacaba a los líderes político-religiosos como los fariseos, saduceos y sacerdotes judíos. Parecía estar en contra del estatus quo de la nación hebrea, el pueblo escogido por Dios.

La Entrada Triunfal en Jerusalén

Sin embargo, hubo un momento en que parecía que tendría todo el apoyo del pueblo. Antes de la celebración de la Pascua judía, Jesús entró en la ciudad de Jerusalén, como un Rey, al igual que lo había hecho Salomón, cuando el enfermo rey David mandó a sus servidores que montaran a su hijo Salomón en su mula y que se fuera cabalgando hasta la fuente de Gihón. Mientras Salomón cabalgaba, lo acompañaban los servidores del rey David, el sacerdote Sadoc, el profeta Natán y Benaía, hijo del sacerdote Joiada, quienes apoyaban a David y a Salomón; así como también lo acompañaba una multitud que lo aclamaba como el futuro rey de Israel, en la ceremonia de coronación.

Esa imagen de un rey político, montado sobre una mula, fue percibida por el pueblo que vitoreaba a Jesús, quien montaba en un pollino hijo de la asna que acompañaba al pollino; y le ponían ramas y sus mantos por donde iba a pasar. Y, además, gritaban: “!Hosanna! !Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! (Destacado es mío). Además, los que gritaban estaban familiarizados con la imagen del rey de la profecía de Zacarías 9:9:

“Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”. (Énfasis mío).

Las características del Rey de Israel, interpretadas en la Entrada Triunfal

A] Según la interpretación de las palabras del profeta Zacarías: “He aquí tu Rey”, claramente, Jesús era el rey de Israel esperado.

B] La presencia del pollino, hijo de asna o burra en que montaba Jesús, igual que Salomón en su cabalgata en la mula de su padre David a Gihón, en donde fue coronado rey de Israel. Jesús montaba un pollino hijo de burra; es decir, podría ser un mulo joven, si era producto del cruce de un caballo con una burra; o si era el producto de una burra con un burro, sería un burrito. Las mulas son estériles, pero las burras con cruce de caballo, paren mulos o mulas. Y los reyes y los príncipes montaban en mulas (2do Samuel 13:29, y 1ro Reyes 18:5). En el libro de Reyes se confirma que el rey Acab criaba caballos y mulas, porque las mulas son más fuertes que los caballos; por eso, los reyes preferían las mulas. Hasta el profeta Balaam montaba en mula, la que también le habló (Números 22).

C] Jesús era el renuevo (hijo) de David: las palabras del profeta Jeremías 23:5: “levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey” (Énfasis mío). El profeta Jeremías no presenta a un Mesías salvador de los pecados, sino como un rey, igual que lo fue David, según la interpretación del pueblo.

D] El cumplimiento de la profecía de los profetas Zacarías y Jeremías estaba bien claro para los que vitoreaban a Jesús en su entrada en la ciudad de Jerusalén. Este rey liberaría a Judá, ya que entraba en Jerusalén, la capital del reino del sur; e Israel, el reino del norte, habitaría confiado. No más dominio romano ni de otros gobiernos extranjeros, como en el pasado.

E] También en los evangelistas estaba presente esta visión de un rey, por el hecho de que los cuatro evangelios canónicos relatan la entrada triunfal en Jerusalén. Todos ellos interpretaron este evento como muy significativo para todo el pueblo.

Por tanto, las imágenes del rey de Israel las plasmaron en Jesús como el Rey de Israel, a quien todo el pueblo judío esperaba. Por eso había júbilo y muchos seguidores. Pero pronto se opera el cambio de opinión. Jesús no era lo que ellos proclamaban. Y vino la desilusión, porque ninguna legión de soldados lo defendió. No hubo nadie que blandiera espadas; y más bien enmudeció mientras Pilatos lo interrogaba:

“Jesús, pues, estaba en pie delante del gobernador; y este le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y Jesús le dijo: Tú lo dices. 12 Y siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió(Mateo 27:11-12) Énfasis mío.

La expresión de Jesús “Tú lo dices”, no yo, también pudo ser mal interpretada. Además, el silencio de Jesús, el pueblo lo interpretó como de desprotección, de soledad absoluta. No hubo nadie, ninguna legión de soldados que se impusiera en contra de los sacerdotes y en contra de los gobernadores romanos. Entonces, si no se defendía él mismo, ¿cómo iba a defender al pueblo de Israel? Por tanto, Jesús no era el Mesías profetizado por Jeremías y Zacarías; ni por los demás profetas y los salmos mesiánicos. Por ende, pedirían que fuera crucificado, en apoyo de los funcionarios romanos, quienes seguirían gobernando; y en favor de los líderes religiosos judíos, quienes seguirían interpretando las profecías y la ley de Moisés. Ellos seguirían siendo sus líderes.

Pero esta desilusión no sólo era del pueblo, también, esta esperanza de un Rey libertador estaba manifiesta en sus apóstoles y seguidores, a pesar de los tres años que anduvieron con el Mesías, de presenciar los milagros y escuchar todos los sermones sobre el Reino de Dios. La pregunta que le hicieron, según Hechos 1:6 fue:

“Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? 7 Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; 8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo”. (Énfasis mío).

Esta visión política se desvaneció al escuchar al Mesías, quien no les prometió liberación política, sino de recibir poder del Espíritu Santo. No habría restauración del Reino de Israel, se acaban aquí las esperanzas del Mesías prometido por profetas y salmos, según ellos las interpretaban.

También esta visión política le fue manifestada al mismo Señor Jesús, ya resucitado, por dos de sus discípulos, en el camino a Emaús:

“Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” (Luc 24:21). Énfasis mío.

Qué desilusión más evidente confesada por boca de sus propios seguidores. Primero, desilusión política: no hubo liberación del yugo romano. Segundo, desilusión religiosa, porque no había habido resurrección prometida. Pero también, pensemos en la desilusión que experimentaría el mismo Señor Jesús, al escuchar semejante lamento; y no solamente por parte de dos discípulos, sino las dudas expresadas por los once apóstoles cuando les dijeron que Jesús había resucitado, y cuando se presentó estando todos presentes. Todas las predicciones de los profetas y de los salmos, fueron mal interpretadas, a pesar de que Jesús, en las sinagogas de ellos, les aseguró que en él se cumplían estas profecías (Lucas 4:21, Lucas 24: 13-35).

CONCLUSIÓN

En los tres estudios anteriores a éste, leímos que las predicciones de los profetas y los salmos mesiánicos, se cumplieron en la vida y ministerio de Jesús como el Mesías. De esto dio testimonio el mismo Señor Jesús en la sinagoga de los judíos (Lucas 4:18-21) y también les reclamó a los dos discípulos en el camino a Emaús por ser duros de corazón por no creer lo que los profetas y los salmos decían de él. (Lucas 24:25 y 44).

Sin embargo, en este estudio hemos leído que los líderes religiosos, políticos y nacionalistas, esperaban a un Mesías político que los liberara del yugo impuesto por los funcionarios representantes del Imperio Romano. Sin embargo, el pueblo común se maravillaba por los milagros que hacía, pero lo reconocían como profeta, otros como el hijo de David; otros se maravillaban de que hasta los demonios se sujetaban a él. En cambio, los fariseos lo acusaban de echar fuera los demonios por el poder de Beelzebú y de efectuar milagros en los días de reposo. De manera que Jesús fue completamente rechazado por los líderes que esperaban a un Mesías político, guerrero y nacionalista (Isaías 53:3). Pero Jesús fue todo lo contrario. Les confirmó que su Reino no era de este mundo, y que las referencias de los profetas y los salmos se habían cumplido en él.

Dijimos que mal entendieron su entrada triunfal en Jerusalén, porque creyeron que la hora de la liberación de Israel había llegado. A Jesús lo confundieron como el Rey del pueblo de Israel, por eso lo aclamaba la multitud. Pero al ver que Jesús no se defendía ante las autoridades romanas, perdieron las esperanzas en él, como el Mesías esperado y profetizado.

Desde entonces, la multitud que lo aclamaba mientras Jesús montaba el pollino o mulo joven hijo de asna, la misma multitud, ante Poncio Pilatos, pidió que fuera crucificado, despreciando al Mesías por el delincuente Barrabás. También hoy en día muchos desprecian al Salvador por los ídolos e imágenes de talla de madera o de yeso; o por ídolos políticos o por religiosos falsos.

 

 

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario