martes, 23 de enero de 2024

 

EL AMOR AL PRÓJIMO COMO A NOSOTROS MISMOS

El segundo y grande mandamiento

Amadeo Albuquerque Lara

El amar al prójimo como a nosotros mismos, depende de cuánto nos amamos nosotros mismos. Si en realidad amamos al prójimo como nos amamos nosotros, destruyendo nuestra propia vida, significa que no tenemos amor por nosotros mismos. Y si decimos que amamos a Dios, nos hacemos mentirosos; porque si no amamos a nuestro prójimo a quien hemos visto y a quien vemos a cada minuto, ¿cómo tenemos la desfachatez de decir que amamos a Dios, y que nuestra vida está fundada en Dios? Cristo dijo muy claramente que tratemos a los demás como queremos que los demás nos traten a nosotros. Pero podemos parafrasear esa regla de oro cristiana, que amemos a los demás como quisiéramos que los demás nos amen a nosotros.

Si nos amáramos nosotros mismos, no atentaríamos contra nuestra propia vida. Aborreceríamos las drogas, el licor, el tabaco, y muchos otros vicios que menoscaban nuestra salud y que nos llevan a la muerte prematura. Pero, como atentamos contra nuestra propia vida, por eso atentamos contra la vida de los demás. Si amáramos a los demás como a nosotros mismos, no habría robos, crímenes, guerras, ni la discriminación por razón del color de nuestra piel, ni por haber nacido en peores condiciones económicas que los más ricos y poderosos, ni por la avanzada edad.

Si amáramos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, los líderes de las naciones ricas y poderosas no cometerían los crímenes contra los ciudadanos de los países que no sustentan la misma ideología que ellos, ni financiarían laboratorios biológicos para diezmar a las poblaciones de los desposeídos y a los de avanzada edad.

Si amáramos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, los niños de los países pobres no morirían de hambre, porque los países ricos y poderosos no gastarían billonarias cifras astronómicas de dinero en la fabricación y distribución de armas de destrucción masiva, ni comprarían los tanques y vehículos de guerra, ni exhibirían enormes portaviones llenos de aviones cazas y bombarderos de última generación, equipados para el exterminio; y que como perros rabiosos, enseñan los dientes afilados para someter a los más débiles. En vez de eso, invertirían sus riquezas para la erradicación de la pobreza extrema y del desarrollo social y económico a nivel mundial.

Por último, si amáramos a los demás como a nosotros mismos, viviríamos en un mundo de paz, de amistad y respeto los unos a los otros. Entonces seríamos los ciudadanos del Reino de Dios en la Tierra, tal como lo proclamó Cristo; no necesitaríamos que nadie nos aconsejara, porque seríamos nuestros propios jueces y maestros en contra de la injusticia. Entonces no habría odio ni el deseo de venganza, ni la disposición de destruir ni de asesinar a los demás; porque no querríamos que los demás hicieran lo mismo con nosotros. En consecuencia, viviríamos el cristianismo que Cristo proclamó, porque amaríamos a los demás como a nosotros mismos, en un mundo sin vicios, ni avaricias; ni el deseo de vivir a costa de los demás.

Quizás algunos me criticarán como un amante de una utopía ingenua; pero lo que he expuesto sería el resultado de amar al prójimo como a nosotros mismos, en el sentido en que nos enseñó Jesucristo.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario