domingo, 25 de agosto de 2024

 

LA ORACIÓN DE DAVID SEGÚN EL SALMO 51, Y EL PADRE NUESTRO

COMO ORACIÓN PERSONAL               

Amadeo Albuquerque Lara

Hay pasajes en la Biblia que representan la experiencia religiosa del personaje que la vivió y según las circunstancias que la originaron. Ni la experiencia espiritual, ni las circunstancias de los personajes de la Biblia pueden ser exactamente las mismas que las nuestras. Ejemplos de esta aseveración son el Salmo 51 y el Padre Nuestro, entre muchos. El Salmo 51 representa la profunda experiencia espiritual de David, de arrepentimiento y de perdón; y el Padre Nuestro contiene los principios y parámetros espirituales para la oración, y para entrar en comunión con el Padre y con los miembros de la Iglesia de Jesucristo. En el Sermón del Monte Jesús expresó la base doctrinal para adquirir la ciudadanía en el Reino de los Cielos.

EL SALMO 51: Muchos creyentes y pastores evangélicos se apropian del Salmo 51 como si fuera producto de una profunda experiencia espiritual de ellos, como la que tuvo el rey David, cuando cometió el pecado de adulterio y de homicidio premeditado en contra de un fiel súbdito inocente. Nadie más podrá sentir el remordimiento y arrepentimiento vertidos en ese salmo, al igual que su autor. Por tanto, no debemos apropiarnos de sentimientos ajenos que nosotros no hemos experimentado en lo más profundo de nuestras entrañas. Al imitar a David nos iguala a la parábola del fariseo y el publicano. No sabemos el contenido de la oración del publicano, pero hablaba en secreto de su propia experiencia espiritual con Dios. En cambio, el fariseo no hablaba con Dios, sino que exhibía su falsa espiritualidad ante el público.

Repetir el Salmo 51 como experiencia propia no es hablar con Dios, ni siquiera cumple con el propósito de la oración. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público” (Mateo 6:6). La oración, según el mismo Señor Jesucristo, debe ser de contrición, de arrepentimiento, salida de nuestra experiencia espiritual, y no de otra persona, ni tampoco usar vanas palabrerías para ser escuchados por el público. Cerrada tu puerta, abierta tu mente, con palabras de tu propia experiencia personal, y necesidades espirituales, es la esencia de la oración.

EL PADRE NUESTRO: Su propósito no fue para que cada vez que oremos, lo repitamos literalmente. Su propósito es el siguiente: santificar al Padre, pedir ser integrado en su reino, el hacer su voluntad como en el cielo, reconocer que Dios provee nuestros alimentos, perdonar a quienes nos ofenden y pedir la fortaleza para no caer en la tentación del maligno; porque el apóstol Pedro nos previene con estas palabras: “Estén siempre atentos y listos para lo que venga, pues su enemigo, el diablo, anda buscando a quien destruir. ¡Hasta parece un león hambriento!” (1 Pedro 5:8 TLA).

En cuanto al reino de los cielos, las bienaventuranzas nos enseñan de quienes es el reino:  “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). “Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:10): los que se hacen como niños: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). Sólo los que nacen de agua y del Espíritu: “De cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). De manera que si pedimos que venga a nosotros el reino de Dios, debemos estar dispuestos a cumplir con los requisitos dados por el mismo Señor Jesús, quien enseñó a sus discípulos cómo orar.

En cuanto el hacer la voluntad del Padre, Jesús nos dio ejemplo en su oración en el jardín de Getsemaní:“Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (Mateo 26:39-63).

El reconocer que es Dios quien nos provee el pan de cada día, debe hacernos agradecidos sabiendo que no nos debemos preocupar por qué hemos de comer o qué hemos de vestir, porque el Señor Jesús nos da ejemplos con las aves del cielo y los lirios del campo: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? 26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta” (Mateo 6:25-26).

Pero hay en el Padre Nuestro una parte muy importante en lo que se refiere a perdonar. Dice el Señor que pidamos perdón por nuestros pecados y que así también perdonemos a quienes nos ofenden. Sin embargo, el perdonar a los demás parece ser la parte más difícil aun para los creyentes que han escuchado este mandamiento desde que aceptaron el Evangelio del Señor Jesús. En el Nuevo Testamento hay varios pasajes que nos llaman a perdonar a los demás: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). “mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). Si sólo existieran estos versículos en el Nuevo Testamento, sería suficiente razón para perdonar a quienes nos ofenden. También dice el Señor que él no acepta ofrendas si no estamos en paz con nuestro hermano: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24). Esto significa que el perdonar a nuestro hermano es más importante que presentar nuestra ofrenda en el altar. Esto también incluye asistir a los servicios de la iglesia, el dar nuestros diezmos, etc. ¿De qué sirve todo esto si en el fondo no perdonamos a nuestro hermano? ¿Será que no comprendemos el significado de este mandamiento? ¿O será que no hemos nacido de nuevo, y que aún estamos en nuestros pecados?

Por último, el Padre Nuestro nos previene a estar conscientes que el maligno está presente en cada acción de nuestras vidas, y que somos indefensos, sin la ayuda de Dios. Por eso, la amonestación: y no nos dejes caer en la tentación (“Y cuando vengan las pruebas, no permitas que ellas nos aparten de ti, y líbranos del poder del diablo (Mateo 6:13 TLA). Como una despedida en el jardín de Getsemaní, el Señor Jesús recomienda a sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:41).

Por tanto, el Padre Nuestro no es un amuleto al que debemos recurrir cuando nos sentimos amenazados por el peligro, o porque creamos que si repetimos esa oración nos limpiamos de pecado. El Padre Nuestro es parte importante que los ciudadanos del Reino de los Cielos debemos cumplir. Es el parámetro espiritual que contiene los requisitos para estar en armonía con el Padre celestial, y con los miembros de la comunidad cristiana a la cual pertenecemos.

CONCLUSIÓN

Estas breves reflexiones tienen el propósito de evitar apropiarnos de textos bíblicos que han sido producidos exclusivamente por personajes que han tenido experiencias personales con Dios. El Salmo 51 es un clamor con arrepentimiento que busca del perdón de Dios, de lo más profundo de su ser. David había cometido un pecado doble, había sido amonestado por el Profeta Natán y había sufrido el luto por la muerte del niño, fruto del adulterio. Por tanto, nadie puede apropiarse de esta experiencia, porque cada persona que se dirige a Dios debe presentar su propia necesidad, su propio arrepentimiento, o sus propias acciones de gracia por favores recibidos.

En cuanto al Padre Nuestro, hemos destacado el propósito que tuvo el Señor Jesús al enseñar a orar a sus discípulos. El Señor Jesús nos enseña a no usar vanas palabrerías cuando estemos orando, porque Dios sabe de qué cosas tenemos necesidad. Sin embargo, nos expresa los requisitos y parámetros que contiene el Padre Nuestro para los ciudadanos del Reino de los Cielos. Estos requisitos hay que cumplirlos si en realidad hemos nacido de nuevo, si nos hemos arrepentido y si estamos dispuestos a abrir nuestra mente y corazón para perdonar a los demás.

Así que cada oración debe hacerse conforme a la experiencia espiritual personal, conforme a las necesidades personales, y conforme a la gratitud y gozo por ser ciudadanos del Reino de los Cielos. No se necesita citar el Salmo 51 para limpiarse de pecado, sólo Cristo tiene el poder de perdonar; y si él nos ha perdonado no tenemos que buscar el perdón por otros medios. Por otro lado, el Padre Nuestro no es un sustituto de la oración, la que debe salir de nuestra propia experiencia espiritual, y de nuestra gratitud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario