JANUS EL
DIOS ROMANO DE LOS PRINCIPIOS Y LOS FINALES
Amadeo
Albuquerque Lara
El nombre
ENERO procede del latín “ianuarius” (januarius) en honor al dios romano Janus,
o Jano en español. Del latín ianuarius pasó a ianeiro o janeiro; y de este
último derivó el nombre del primer mes del año, enero. Según la mitología
romana, el dios Janus representaba los principios y los finales; pero algo muy
particular, el nombre janus no tenía equivalencia griega como sí tenían los
demás dioses. Janus era representado con dos caras; una miraba hacia adelante y
la otra hacia atrás. Por eso, al dios Janus le dedicaron el primer mes del año
los romanos. Dice la mitología romana que cuando salían a la guerra, las
puertas del templo dedicado a Janus permanecían abiertas; pero cuando reinaba
la paz, las puertas del templo permanecían cerradas.
Estas dos
caras del dios Janus que miraban hacia el pasado y hacia el futuro me hacen
reflexionar al final del año 2024, y al comienzo de 2025. Vienen a mi mente las
palabras del Salmo 90, que como cristianos debemos plantearnos: 1] qué nos
salió bien, y qué nos salió mal en el año que termina. Por lo que salió mal
intencionalmente, pidamos perdón a Dios porque “nuestras maldades (están)
delante de ti, Nuestros yerros a la luz de tu rostro” (Salmo 90:8). Y por lo que hicimos bien, démosle gracias con
el salmista “Bendice, alma mía, a Jehová, Y bendiga todo mi ser su santo
nombre. 2 Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides
ninguno de sus beneficios” (Salmo 103:2).
2] El
comienzo del nuevo año nos lleva a pensar qué nos depara el futuro y qué lugar
ocupará Dios en nuestra vida, y en el resto del mundo; porque hay frases del
Salmo 90 que vienen a mi memoria “Acabamos
nuestros años como un pensamiento” (Salmo 90:9b); y la otra, “Enséñanos
de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo
90:12).
Una vida
sin Dios, transcurre sin rumbo cierto; es como un barco a la deriva en plena
tempestad. No sabemos nada sobre el futuro. El año que termina ha sido de
amenazas, de agresiones de los países poderosos contra los más débiles o de
ideología contraria. Las guerras en varias partes del mundo siguen sin avizorar
un final. Además, para el futuro existe la amenaza de una guerra nuclear que
acabará con la humanidad, pero ojalá que esos líderes mundiales que manipulan
los botones de la muerte, tengan a Dios en su noticia. El existente caos
mundial es el resultado de haber apartado a Dios, porque les es más conveniente
negarlo.
El final
de los tiempos preocupaba a los discípulos del Señor Jesús cuando le
preguntaron qué señales habría. Jesús les contestó: "Y oiréis guerras, y rumores de
guerras: mirad que no os turbéis; porque es menester que todo esto acontezca;
mas aún no es el fin" (Mateo 24:6).
El
apóstol Pedro describe algo catastrófico que marcará el fin de la humanidad: "Pero
el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con gran
estruendo, y los elementos serán destruidos con fuego intenso, y la
tierra y las obras que hay en ella serán quemadas" (2 Pedro 3:10). Algo
parecido describen los científicos, como el final del universo por medio de un desgarro
catastrófico. Ellos han acuñado el término “The Big Rip” o el “Gran Desgarro”. Destacado
es mío.
No
es que mis pensamientos tiendan al apocalipsis mundial; pero es una reflexión
que como cristianos debemos tener presente. Todas estas amenazas y advertencias
bíblicas y científicas, nos deben hacer reflexionar como cristianos que el
Evangelio de Jesucristo debe ser predicado en todo el mundo, porque es su
mandato; y que nuestra fe y manera de
vivir debe demostrar al mundo que somos pacificadores y que para bien de la
humanidad, debe prevalecer el amor y no la guerra. Pero primero debe reinar la
paz en nuestras vidas y proclamarla en las iglesias y en nuestros vecindarios.
El testimonio del creyente es la mejor prédica del Evangelio. Jesús reafirmó esta
verdad cuando dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35).
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