LAS TRES GRANDES
FIESTAS DEL JUDAÍSMO
Y DEL CRISTIANISMO
EVANGÉLICO
Pésaj, la Pascua
judía; Shavuot, La festividad de las
Semanas, o de Pentecostés;
y Sucot, la Fiesta de
las Cabañas o de los Tabernáculos
Amadeo Albuquerque Lara
Este domingo 19 de mayo se celebró el Día de Pentecostés, tanto por la
Iglesia católica, como por las más importantes denominaciones protestantes y
evangélicas. La religión judaica celebraba la fiesta de Shavuot: Semanas o
Pentecostés. Esta fiesta era una de las peregrinaciones al Templo de Jerusalén,
siete semanas o cincuenta días después de Pésaj o Fiesta de la Pascua: “Siete
semanas contarás; desde que comenzare a meterse la hoz en las mieses comenzarás
a contar las siete semanas. 10 Y harás la fiesta solemne de las semanas a
Jehová tu Dios; de la abundancia voluntaria de tu mano será lo que dieres,
según Jehová tu Dios te hubiere bendecido” (Deuteronomio 16:9, Levítico
23: 15-21).
Las tres festividades son celebradas por el cristianismo:
la
Pascua se celebra por la muerte, crucifixión y resurrección del Señor
Jesucristo, conocida más comúnmente como Semana Santa; Pentecostés se celebra
por la venida del Espíritu Santo y el nacimiento de la Iglesia de Jesucristo; y
la tercera fiesta, aunque no tiene igual significado espiritual que las dos
anteriores, se celebra como gratitud a Dios por la bendición de las cosechas,
la cual recibe el nombre de Fiesta de las Cosechas en algunas
iglesias evangélicas.
La palabra Pentecostés se origina en el idioma
griego: πεντηκοστή (Pentekosté), que significa quinquagesimus
en latín. Las iglesias cristianas celebran este día en conmemoración
del derramamiento del Espíritu Santo, en el Aposento Alto, cuando un grupo de
120 seguidores de Jesucristo estaban unánimes en oración, esperando el
cumplimiento de la promesa de Jesús, referida por el evangelista Lucas, que no
salieran de Jerusalén hasta ser investidos por el Espíritu Santo:
“He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre
vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de
poder desde lo alto. Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus
manos, los bendijo” (Lucas 24:49-53 (RVR1960)).
Sin embargo, en este acto milagroso se
cumplieron dos promesas: la primera, referida por Lucas, que a su vez era la
promesa hecha a sus discípulos por Jesús, como promesa del Padre; y la segunda,
la profecía del Profeta Joel 2:28-32), la cual tuvo cumplimiento en el Aposento
Alto, el Día de Pentecostés, en la ciudad de Jerusalén.
Según el libro de los Hechos, capítulo 2:1-42,
un grupo de 120 creyentes cristianos estaban reunidos en una casa conocida como
el Aposento Alto, cuando de repente se escuchó un estruendo venido del cielo,
como de un viento recio. Esto sorprendió a la multitud de judíos devotos que
habían venido a adorar a la ciudad de Jerusalén, desde diferentes partes del
Asia Menor y otras naciones. La sorpresa era porque en ese momento se aparecieron
lenguas de fuego que asentaron sobre los discípulos y comenzaron a hablar en
otras lenguas. La otra sorpresa mayor era que la multitud de judíos de
diferentes lenguas, escuchaban hablar a los apóstoles en la lengua natural con
la que habían aprendido desde su nacimiento. Por eso se preguntaban: “¿no son
galileos todos estos?”, ¿Por qué entonces los oímos hablar en nuestra propia
lengua? El dialecto galileo tenía sus variaciones de la lengua aramea y hebrea.
Por tanto, comenzaron a burlarse diciéndoles que estaban ebrios. Estas burlas
hicieron que el apóstol Pedro, investido con el Espíritu Santo, pronunciara su
primer discurso ante aquella multitud, en el que explicaba el significado de
este acto milagroso. Pedro citó la profecía del profeta Joel, quien muchos siglos
antes, había tenido la visión del derramamiento del Espíritu Santo. Como
resultado de este discurso, se convirtieron al cristianismo como unas 3,000
personas, las que dieron inicio a la primera Iglesia Primitiva de Jerusalén.
Pero no sólo se inició un grupo de cristianos
en Jerusalén, sino que todos los que habían sido convertidos y que regresaban a
sus respectivos lugares de origen, iban anunciando el prodigio del que habían
sido testigos, y predicando el Evangelio de Jesucristo. Así que por todo el
Asia Menor, vecindades de Grecia, Roma y otras naciones, también se
convirtieron a la fe de Jesucristo. Más tarde, con la conversión a la fe
cristiana del perseguidor de la iglesia, Saulo de Tarso, convertido en Apóstol
Pablo, las misiones de evangelización se extendieron por todo el Asia Menor,
Grecia, Italia y otras naciones. Pero el ahora Apóstol Pablo no sólo anunciaba
el Evangelio, sino que fundaba iglesias en cada lugar y dejaba encargados de la
congregación, los cuales más tarde fueron conocidos como “ancianos” y “obispos”
(episcopos, en griego), o
supervisores.
De manera que el Día de Pentecostés se convirtió en el nacimiento de la Iglesia de
Jesucristo, la cual comenzó en Jerusalén; pero el mandato de Jesús a sus
apóstoles fue que fueran por todo el mundo anunciando el Reino de Dios,
comenzando en Jerusalén, en Samaria, y hasta lo último de la Tierra. Pero este
mandato no se podía cumplir si primero no fueran investido con poder de la
alto: con el Espíritu Santo. Y eso fue la razón por qué el apóstol Pablo fundó
tantas iglesias cristianas por el mundo de su época, porque él recibió el
Espíritu Santo el día que se encontró con el Señor Jesús, en el camino a
Damasco. Y como consecuencia, el Apóstol preguntaba a los creyentes si habían
recibido el Espíritu Santo después de que creyeron (Hechos 19:2-6). Desde entonces, el ser lleno del Espíritu
Santo ha sido el sello que todo cristiano debe tener.
Hoy en día ya los países llamados protestantes,
no envían misioneros alrededor del Mundo, como solían hacerlo en los siglos XIX
y XX, pero la tecnología moderna ha proporcionado los medios de difusión del
Evangelio a través de tele-evangelistas, radio y televisión; así como las
aplicaciones de la Biblia por medio de teléfonos celulares, tabletas
electrónicas, y computadoras. Así que, a falta de misioneros internacionales,
los hay enviados por las iglesias locales. De manera que las iglesias
evangélicas han recibido la misión de Jesucristo de sembrar de otras iglesias,
y campos misioneros, sus vecindarios y departamentos; por los menos, nuestras
iglesias evangélicas en Nicaragua es lo que cumplen.
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