LA CONVERSIÓN DE NAAMÁN
Y EL CASTIGO DEL CRIADO DE ELISEO
2 Reyes 5:15-27
Amadeo
Albuquerque Lara
Los
primeros versos del capítulo 5 del segundo libro de los reyes de Israel
contienen la historia de la sanación de la enfermedad de la lepra del poderoso
general Naamán; así como la intervención de los reyes de Siria e Israel, como
también la oportuna recomendación de la criada de la esposa del general sirio,
y el consejo sabio de los fieles criados del general. En esta segunda parte del
capítulo cinco, versos 15-27, continúan los personajes de Naamán y el profeta
Eliseo; pero entra en acción lamentable el criado del profeta por sus horrendas
mentiras y detestable ambición. Giezi es el criado de Eliseo y ha escuchado la
conversación entre el profeta y el general Naamán. Se da cuenta que el sirio es
portador de una gran riqueza y que Eliseo la ha despreciado. Ante el rechazo
del profeta, Giezi trama las mentiras que dirá al poderoso general, y decide ir
tras la comitiva del convertido general para hacerle saber que el profeta
Eliseo ha decidido recibir parte de la fortuna que antes rechazó.
En esta
segunda parte de la historia de Naamán y Eliseo trataré de la ambición de Giezi
de recibir la recompensa que el profeta Eliseo despreció. Ante la negativa del profeta de ser
recompensado por parte del rey de Siria y del general Naamán, a quien sanó de
la lepra, Giezi piensa en los kilos de plata y oro, más las vestiduras reales.
Naamán llevaba valiosos regalos en kilos de plata y en kilos de oro, más
vestiduras costosas como recompensa por su sanación de la horrible enfermedad:
la lepra. Eliseo era un profeta de Dios y no aceptó ninguna recompensa; esto
nos indica que la salvación no se compra con plata, ni oro, ni costosas
vestiduras. La salvación es un regalo de Dios para quienes se convierten de
todo corazón y se transforman en nuevas criaturas.
Pero Giezi
no está a tono con el plan de salvación de Dios; en consecuencia, el criado
Gezi deseaba desesperadamente recibir las riquezas rechazadas por el profeta.
Por tanto, planifica la manera de cómo beneficiarse, sin que Eliseo se dé
cuenta de su trampa. Por otro lado, mientras el criado de Eliseo piensa en las
riquezas materiales rechazadas, el afamado general siente que en su ser se ha
efectuado un cambio espiritual: su conversión al Dios que lo había sanado por
la intervención de su profeta. Ahora Naamán es una nueva criatura, ha renacido
a un estado espiritual.
Mientras
tanto, Giezi es la persona que comete pecado y piensa que lo hace a escondidas
de Dios. Adán y Eva pretendieron esconderse de Dios; Ananías y Safira creyeron
que escondían el pecado de la falsa piedad sosteniendo una mentira ante los
apóstoles. El salmista, en el Salmo 139:8-12, reconoce: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? 8 Si
subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he
aquí, allí tú estás. 9 Si tomare las alas del alba Y habitare en el extremo del
mar, 10 Aun allí me guiará tu mano, Y me asirá tu diestra. 11 Si dijere:
Ciertamente las tinieblas me encubrirán; Aun la noche resplandecerá alrededor
de mí. 12 Aun las tinieblas no encubren de ti, Y la noche resplandece como el
día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz”.
Afortunadamente,
los versos 15-19 registran la conversión al Dios verdadero de parte del sirio
Naamán. Ya despojado de su orgullo militar y agradecido por el milagro de su
sanación, pero siempre pensando en la recompensa material, regresa adonde el
profeta para insistir en la recompensa: “Y
volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y
dijo: He aquí ahora conozco que no hay
Dios en toda la tierra, sino en Israel. Te ruego que recibas algún presente
de tu siervo”. “Mas él (Eliseo) dijo: Vive Jehová, en cuya presencia estoy,
que
no lo aceptaré” (15-16). Por tanto, Naamán se da cuenta que el profeta
no acepta recompensa, y que en vez de lo material debe pensar en lo espiritual.
Ahora Naamán piensa en el regreso a su puesto militar ante el rey de Siria, el
idólatra. Por tanto, reflexiona cuál debe ser su conducta ante las prácticas idolátricas
del rey a quien Naamán sirve. Destacado es mío.
Los versos 17
y 18 relatan la conversión de un altivo general, postrado ante la presencia del
verdadero Dios. Naamán se ha convertido de los ídolos a Dios. “Porque de aquí en adelante tu siervo no
sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová. 18
En esto perdone Jehová a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el
templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también
me inclinare en el templo de Rimón; cuando haga tal, Jehová perdone en esto a
tu siervo”. El rey de Siria adoraba al dios Rimón, pero Naamán era obligado
a acompañarlo a adorar a su Dios. He aquí el dilema del convertido general al
monoteísmo y su testimonio ante las prácticas idolátricas de su jefe, el rey de
Siria. Ruego a Dios que quienes se convierten a Dios por medio del Evangelio de
Jesucristo, regresen a su familia inconversa con un testimonio de cambio de
vida. El dilema es: confesar su cambio de vida, o rogar a Dios que perdone la
infidelidad idolátrica en que sus padres lo criaron. Contra esa nueva
experiencia religiosa tuvo que luchar el condecorado general sirio ahora
convertido al verdadero Dios. Él estaba seguro que en su vida interior ya no
adoraba al dios Rimón, pero sabía que su jefe, el rey de Siria esperaba que su
general también adorara a su dios. Evidentemente, Naamán no gozaba del apoyo de
un grupo de creyentes fieles congregados en una iglesia, ni de un grupo
familiar creyente; mucho menos que gozara del apoyo de su jefe idólatra
Por eso, el
testimonio de la empleada hebrea de la esposa de Naamán fue muy valioso para
dar a conocer su fe en un profeta que representaba al Dios verdadero, y que estaba
segura que su Dios podía sanar de la lepra al esposo de su jefa. La muchacha
hebrea trabajaba en un ambiente de adoradores de ídolos, pero su fe estaba
arraigada en la fe que le cimentaron sus padres. Aunque fue llevada a fuerza a
una tierra extraña, su corazón y su mente estaban presente con la fuerza del
Dios de sus padres.
Lamentablemente,
los versos 20-27 registran el contraste entre la profunda fe de esta joven
hebrea y la convicción del general Naamán ahora convertido al Dios verdadero, contra
la despreciable avaricia de Giezi, el criado del profeta Eliseo. Esto demuestra
que el haber nacido y haber sido criado en una familia de creyentes no
garantiza el estado espiritual de una persona. Se hace necesaria la conversión,
el nacer de nuevo, y dar testimonio de ser una nueva criatura. Giezi era el criado
del profeta, testigo de la vida entregada a Dios de este ser humano; sin
embargo, a la hora de la prueba, se comportó peor que el recién convertido
general sirio.
La Biblia
dice que el ser humano es de continuo inclinado a hacer lo malo: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres
era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de
ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). A Giezi no le
interesa la conversión de Naamán, ni la entereza del profeta Eliseo de no
recibir premio por efectuar un milagro que destaca el poder de Dios; sino que
su ambición desmedida eran las riquezas que acaba de rechazar su jefe Eliseo. En
consecuencia, los versos 20-27 registran el terrible castigo que Giezi recibe
de parte del profeta. Giezi jura en nombre de Dios: “Vive Jehová, que correré yo tras
él y tomaré de él alguna cosa” (verso 20b). Esa “alguna cosa” era la
plata, el oro y las vestiduras costosas. Desde ese momento Giezi se ha apartado
de Dios y ha entrado en una especie de locura impulsada por el pecado por
poseer la plata, el oro y las vestiduras reales del sirio; “porque raíz de todos los males
es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y
fueron traspasados de muchos dolores” (1ra Timoteo 6:10). El dinero no es malo; es el desmedido amor al
dinero al que aspira Giezi que lo apartó de la fe, la cual el profeta le había
enseñado con su ejemplo. Así como también es malo el desmedido amor a las
riquezas que obliga al ser humano a codiciar, a robar, y hasta cometer crímenes
contra sus víctimas. Giezi urde una serie de mentiras al general convertido y
demanda la recompensa que el profeta rechazó; pero Giezi piensa que él hace
toda esta maldad a escondidas del profeta, y jamás imaginó que recibiría un
horrendo castigo; al igual que el pecador que se deleita en los placeres de la
carne, sin pensar en el castigo al final de su existencia. Cuando el ser humano
hace lo malo, piensa que nadie descubrirá su maldad; pero entre cielo y tierra
no hay nada oculto.
Primer pecado: “Mi señor me envía a decirte: He aquí
vinieron a mí en esta hora del monte de Efraín dos jóvenes de los hijos de los
profetas; te ruego que les des un talento de plata, y dos vestidos nuevos”
(verso 22). Mentira
Segundo pecado: “Y así que llegó a un lugar secreto, él lo
tomó de mano de ellos, y lo guardó en la casa”. Giezi piensa que ha actuado
a escondidas del profeta y esconde en su casa el tesoro mal habido (verso 24).
Como todo pecador, piensa actuar sin ser descubierto
Tercer pecado: Ante la
pregunta del profeta a Giezi que dónde ha estado, contesta con mentira:“Tu siervo no ha ido a ninguna parte”
(verso 25c). Giezi sigue con sus mentiras; porque una vez cometido un pecado,
vienen en cadena otras mentiras peores que conducen a la condenación.
Por tanto, el pecado de Giezi no quedará sin
castigo. Eliseo descubre que su criado ha mentido en nombre del profeta de Dios
ante el sirio Naamán, quien ha experimentado una transformación espiritual;
mientras su criado se encuentra hundido en el pecado de la avaricia y de la
mentira; en consecuencia, la lepra que una vez atormentó a Naamán se le pegó a Giezi;
porque Eliseo con voz de Dios lo reprende: “Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará
a ti y a tu descendencia para siempre. Y salió de delante de él leproso, blanco
como la nieve” (verso 27). Destacado es mío.
La Biblia
expresa que “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del
padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre
él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ezequiel 18:20). En el caso del ambicioso Giezi, no sólo él
recibe el castigo, sino también su descendencia. Por otro lado, el justo es el
general sirio convertido al Dios verdadero; mientras que el impío es el
mentiroso criado del profeta Eliseo. Porque la mentira es fuertemente castigada
en la Biblia. Ananías y Safira mintieron ante los apóstoles y su castigo fue la
muerte (Hechos 5:1-21).
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