LA ORACIÓN DE DAVID
SEGÚN EL SALMO 51, Y EL PADRE NUESTRO
COMO ORACIÓN
PERSONAL
Amadeo Albuquerque Lara
Hay pasajes en la Biblia que representan la experiencia
religiosa del personaje que la vivió y según las circunstancias que la
originaron. Ni la experiencia espiritual, ni las circunstancias de los
personajes de la Biblia pueden ser exactamente las mismas que las nuestras.
Ejemplos de esta aseveración son el Salmo 51 y el Padre Nuestro, entre muchos. El
Salmo 51 representa la profunda experiencia espiritual de David, de
arrepentimiento y de perdón; y el Padre Nuestro contiene los principios y parámetros
espirituales para la oración, y para entrar en comunión con el Padre y con los
miembros de la Iglesia de Jesucristo. En el Sermón del Monte Jesús expresó la
base doctrinal para adquirir la ciudadanía en el Reino de los Cielos.
EL SALMO 51: Muchos creyentes y pastores evangélicos
se apropian del Salmo 51 como si fuera producto de una profunda experiencia
espiritual de ellos, como la que tuvo el rey David, cuando cometió el pecado de
adulterio y de homicidio premeditado en contra de un fiel súbdito inocente.
Nadie más podrá sentir el remordimiento y arrepentimiento vertidos en ese
salmo, al igual que su autor. Por tanto, no debemos apropiarnos de sentimientos
ajenos que nosotros no hemos experimentado en lo más profundo de nuestras
entrañas. Al imitar a David nos iguala a la parábola del fariseo y el
publicano. No sabemos el contenido de la oración del publicano, pero hablaba en
secreto de su propia experiencia espiritual con Dios. En cambio, el fariseo no
hablaba con Dios, sino que exhibía su falsa espiritualidad ante el público.
Repetir el Salmo 51 como experiencia propia no es
hablar con Dios, ni siquiera cumple con el propósito de la oración. “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento,
y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en
lo secreto, te recompensará en público” (Mateo 6:6). La oración, según el
mismo Señor Jesucristo, debe ser de contrición, de arrepentimiento, salida de nuestra
experiencia espiritual, y no de otra persona, ni tampoco usar vanas palabrerías
para ser escuchados por el público. Cerrada tu puerta, abierta tu mente, con
palabras de tu propia experiencia personal, y necesidades espirituales, es la
esencia de la oración.
EL PADRE NUESTRO: Su propósito no fue para que cada
vez que oremos, lo repitamos literalmente. Su propósito es el siguiente:
santificar al Padre, pedir ser integrado en su reino, el hacer su voluntad como
en el cielo, reconocer que Dios provee nuestros alimentos, perdonar a quienes
nos ofenden y pedir la fortaleza para no caer en la tentación del maligno;
porque el apóstol Pedro nos previene con estas palabras: “Estén siempre
atentos y listos para lo que venga, pues su enemigo, el diablo, anda buscando a
quien destruir. ¡Hasta parece un león hambriento!” (1 Pedro 5:8 TLA).
En cuanto al reino de los cielos, las
bienaventuranzas nos enseñan de quienes es el reino: “Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo
5:3). “Bienaventurados los que padecen
persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”
(Mateo 5:10): los que se hacen como niños: “De cierto os digo, que si no os
volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”
(Mateo 18:3). Sólo los que nacen de agua y del Espíritu: “De cierto, de
cierto te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el
reino de Dios” (Juan 3:5). De manera que si pedimos que venga a
nosotros el reino de Dios, debemos estar dispuestos a cumplir con los
requisitos dados por el mismo Señor Jesús, quien enseñó a sus discípulos cómo
orar.
En cuanto el hacer la voluntad del Padre, Jesús
nos dio ejemplo en su oración en el jardín de Getsemaní:“Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo:
Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (Mateo 26:39-63).
El reconocer que es Dios quien nos provee el pan de
cada día, debe hacernos agradecidos sabiendo que no nos debemos preocupar
por qué hemos de comer o qué hemos de vestir, porque el Señor Jesús nos da
ejemplos con las aves del cielo y los lirios del campo: “No os afanéis por
vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo,
qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que
el vestido? 26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen
en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta” (Mateo 6:25-26).
Pero hay en el Padre Nuestro una parte muy importante
en lo que se refiere a perdonar. Dice el Señor que pidamos perdón por
nuestros pecados y que así también perdonemos a quienes nos ofenden. Sin
embargo, el perdonar a los demás parece ser la parte más difícil aun para los
creyentes que han escuchado este mandamiento desde que aceptaron el Evangelio
del Señor Jesús. En el Nuevo Testamento hay varios pasajes que nos llaman a
perdonar a los demás: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). “mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). Si sólo existieran
estos versículos en el Nuevo Testamento, sería suficiente razón para perdonar a
quienes nos ofenden. También dice el Señor que él no acepta ofrendas si no
estamos en paz con nuestro hermano: “Por
tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene
algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate
primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo
5:23-24). Esto significa que el perdonar a nuestro hermano es más importante
que presentar nuestra ofrenda en el altar. Esto también incluye asistir a los
servicios de la iglesia, el dar nuestros diezmos, etc. ¿De qué sirve todo esto
si en el fondo no perdonamos a nuestro hermano? ¿Será que no comprendemos el
significado de este mandamiento? ¿O será que no hemos nacido de nuevo, y que
aún estamos en nuestros pecados?
Por último, el Padre Nuestro nos previene a estar
conscientes que el maligno está presente en cada acción de nuestras vidas, y
que somos indefensos, sin la ayuda de Dios. Por eso, la amonestación: y no nos
dejes caer en la tentación (“Y cuando vengan las pruebas, no permitas que
ellas nos aparten de ti, y líbranos del poder del diablo” (Mateo
6:13 TLA). Como una despedida en el jardín de Getsemaní, el Señor Jesús
recomienda a sus discípulos: “Velad y
orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto,
pero la carne es débil” (Mateo 26:41).
Por tanto, el Padre Nuestro no es un amuleto al que
debemos recurrir cuando nos sentimos amenazados por el peligro, o porque
creamos que si repetimos esa oración nos limpiamos de pecado. El Padre Nuestro
es parte importante que los ciudadanos del Reino de los Cielos debemos cumplir.
Es el parámetro espiritual que contiene los requisitos para estar en armonía
con el Padre celestial, y con los miembros de la comunidad cristiana a la cual
pertenecemos.
CONCLUSIÓN
Estas breves reflexiones
tienen el propósito de evitar apropiarnos de textos bíblicos que han sido
producidos exclusivamente por personajes que han tenido experiencias personales
con Dios. El Salmo 51 es un clamor con arrepentimiento que busca del perdón de
Dios, de lo más profundo de su ser. David había cometido un pecado doble, había
sido amonestado por el Profeta Natán y había sufrido el luto por la muerte del
niño, fruto del adulterio. Por tanto, nadie puede apropiarse de esta
experiencia, porque cada persona que se dirige a Dios debe presentar su propia
necesidad, su propio arrepentimiento, o sus propias acciones de gracia por
favores recibidos.
En cuanto al Padre Nuestro,
hemos destacado el propósito que tuvo el Señor Jesús al enseñar a orar a sus
discípulos. El Señor Jesús nos enseña a no usar vanas palabrerías cuando
estemos orando, porque Dios sabe de qué cosas tenemos necesidad. Sin embargo,
nos expresa los requisitos y parámetros que contiene el Padre Nuestro para los
ciudadanos del Reino de los Cielos. Estos requisitos hay que cumplirlos si en
realidad hemos nacido de nuevo, si nos hemos arrepentido y si estamos
dispuestos a abrir nuestra mente y corazón para perdonar a los demás.
Así que cada oración debe
hacerse conforme a la experiencia espiritual personal, conforme a las
necesidades personales, y conforme a la gratitud y gozo por ser ciudadanos del
Reino de los Cielos. No se necesita citar el Salmo 51 para limpiarse de pecado,
sólo Cristo tiene el poder de perdonar; y si él nos ha perdonado no tenemos que
buscar el perdón por otros medios. Por otro lado, el Padre Nuestro no es un
sustituto de la oración, la que debe salir de nuestra propia experiencia
espiritual, y de nuestra gratitud.
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