EL AMOR AL PRÓJIMO COMO A NOSOTROS
MISMOS
El segundo y grande
mandamiento
Amadeo Albuquerque Lara
El amar al prójimo como a nosotros mismos, depende de
cuánto nos amamos nosotros mismos. Si en realidad amamos al prójimo como nos
amamos nosotros, destruyendo nuestra propia vida, significa que no tenemos amor
por nosotros mismos. Y si decimos que amamos a Dios, nos hacemos mentirosos;
porque si no amamos a nuestro prójimo a quien hemos visto y a quien vemos a
cada minuto, ¿cómo tenemos la desfachatez de decir que amamos a Dios, y que
nuestra vida está fundada en Dios? Cristo dijo muy claramente que tratemos a
los demás como queremos que los demás nos traten a nosotros. Pero podemos
parafrasear esa regla de oro cristiana, que amemos a los demás como quisiéramos
que los demás nos amen a nosotros.
Si nos amáramos nosotros mismos, no atentaríamos
contra nuestra propia vida. Aborreceríamos las drogas, el licor, el tabaco, y
muchos otros vicios que menoscaban nuestra salud y que nos llevan a la muerte
prematura. Pero, como atentamos contra nuestra propia vida, por eso atentamos
contra la vida de los demás. Si amáramos a los demás como a nosotros mismos, no
habría robos, crímenes, guerras, ni la discriminación por razón del color de
nuestra piel, ni por haber nacido en peores condiciones económicas que los más
ricos y poderosos, ni por la avanzada edad.
Si amáramos a nuestros prójimos como a nosotros
mismos, los líderes de las naciones ricas y poderosas no cometerían los
crímenes contra los ciudadanos de los países que no sustentan la misma
ideología que ellos, ni financiarían laboratorios biológicos para diezmar a las
poblaciones de los desposeídos y a los de avanzada edad.
Si amáramos a nuestros prójimos como a nosotros
mismos, los niños de los países pobres no morirían de hambre, porque los países
ricos y poderosos no gastarían billonarias cifras astronómicas de dinero en la
fabricación y distribución de armas de destrucción masiva, ni comprarían los
tanques y vehículos de guerra, ni exhibirían enormes portaviones llenos de
aviones cazas y bombarderos de última generación, equipados para el exterminio;
y que como perros rabiosos, enseñan los dientes afilados para someter a los más
débiles. En vez de eso, invertirían sus riquezas para la erradicación de la
pobreza extrema y del desarrollo social y económico a nivel mundial.
Por último, si amáramos a los demás como a nosotros
mismos, viviríamos en un mundo de paz, de amistad y respeto los unos a los
otros. Entonces seríamos los ciudadanos del Reino de Dios en la Tierra, tal
como lo proclamó Cristo; no necesitaríamos que nadie nos aconsejara, porque
seríamos nuestros propios jueces y maestros en contra de la injusticia.
Entonces no habría odio ni el deseo de venganza, ni la disposición de destruir
ni de asesinar a los demás; porque no querríamos que los demás hicieran lo
mismo con nosotros. En consecuencia, viviríamos el cristianismo que Cristo
proclamó, porque amaríamos a los demás como a nosotros mismos, en un mundo sin
vicios, ni avaricias; ni el deseo de vivir a costa de los demás.
Quizás algunos me criticarán como un amante de una
utopía ingenua; pero lo que he expuesto sería el resultado de amar al prójimo
como a nosotros mismos, en el sentido en que nos enseñó Jesucristo.
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