MELQUISEDEC, PREFIGURACIÓN DEL SACERDOCIO DE CRISTO
Amadeo Albuquerque Lara
El nombre Melquisedec se menciona solamente dos veces
en el Antiguo Testamento: Génesis 14:18-20 y Salmo 110:4. Sin embargo, tanto en
el Antiguo como en el Nuevo Testamento, su sacerdocio y su personalidad es una prefiguración,
de los derechos sacerdotales del mismo Señor Jesucristo, según el Salmo 110 y
según el libro de los Hebreos, capítulos 5, 6 y 7, especialmente.
En el libro de Génesis, Melquisedec aparece de repente,
sin ningún linaje de familia ni de nombramiento sacerdotal levítico, ni mucho
menos de coronación como rey de Salem. Se presenta ante Abram, después que éste
ha derrotado a Quedorlaomer rey de Elam y de otros reyes de su región, y Melquisedec
le ofrece pan y vino. Mientras tanto, Abram como inferior a Melquisedec,
sacerdote del Dios Altísimo, le entrega los diezmos del botín obtenido en la
guerra contra los reyes. Pero Melquisedec desaparece, sin saberse cuándo ni
dónde muere.
El segundo lugar en donde aparece el nombre
Melquisedec es en el Salmo 110:4: “Juró
Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de
Melquisedec”. Según los estudiosos de la Biblia, el Salmo hace referencia
al Mesías, tanto en el concepto político del judaísmo, como en el concepto
espiritual en el catolicismo y en el protestantismo evangélico, en el Nuevo
Testamento. Según Hebreos 7:15-17, el referente es Jesucristo:
“Y
esto es aun más manifiesto, si a semejanza de Melquisedec se levanta un
sacerdote distinto, 16 no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca
de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible. 17 Pues se
da testimonio de él: Tú eres
sacerdote para siempre, Según el orden de Melquisedec”. (Obvia referencia al Salmo 110)
Además de las referencias ya citadas, en 1956 se
encontró un documento adicional a los aparecidos ya en 1947. Estos fragmentos
fueron encontrados en la cueva 11 de Qumrán, cerca del Mar Muerto, a los cuales
los estudiosos de esos textos le han puesto el código 11QMelquisedec. El número
11 se refiere al número de la cueva, la letra Q, Quelle en alemán que significa ‘fuente’; y Melquisedec, porque el
documento trata del Sacerdote y Rey de Salem, Rey de Justicia y Rey de Paz.
La figura de Melquisedec, en 11QMelk, indica que es un
personaje muy importante, según la comunidad de Qumrán. Melquisedec es
presentado en esos escritos como un ser eterno, sin principio ni fin, sin
linaje terrenal y como un sacerdote eterno. En los documentos de Qumrán,
Melquisedec representa la figura del Mesías, Rey de Salem (nombre antiguo para
Jerusalén), Rey de Justicia y Rey de Paz. Por eso, el escritor de los Hebreos
aplica estas características a Jesucristo, diciendo que es sacerdote, según el
orden de Melquisedec; es decir, Cristo hereda un sacerdocio eterno, sin
principio ni fin, como Melquisedec.
Otros personajes bíblicos son prefiguración de Cristo:
Enoc desapareció, porque lo llevó Dios, en Génesis 5:24: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”.
Moisés, nadie sabe el lugar de su sepultura, en Deuteronomio 34:6: “Y lo enterró en el valle, en la tierra de
Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno conoce el lugar de su sepultura hasta hoy”,
véase también Judas 9. Elías fue
arrebatado en un torbellino al cielo: 2do Reyes 2:1 y 11: “Aconteció que cuando quiso Jehová alzar a Elías en un torbellino al
cielo, Elías venía con Eliseo de Gilgal”. 2:11: “Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con
caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino”.
Estos personajes tienen propiedades eternas, y especial representación de Dios.
En el Nuevo Testamento, solamente el escritor de los
Hebreos menciona el nombre y el sacerdocio eterno de Melquisedec: Heb.5:6-10,.6:20
y en todo el capítulo 7 de Hebreos. Pero las referencias a Melquisedec son
contundentes. Cristo no es sacerdote del orden de Aarón, o levítico, porque
estos sacerdotes murieron; tampoco el sacerdocio de Cristo es conforme con la
ley de Moisés. Su sacerdocio es según el orden de Melquisedec, porque de él no
se sabe nada de su principio ni de su fin, por lo que permanece sacerdote para
siempre. Y como tal sacerdote, también los que creemos en Cristo hemos heredado
de él el real sacerdocio, tal como la Biblia lo afirma en 1ª Pedro 2:9:
“Mas
vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable”.
En conclusión, hago un resumen de las funciones
sacerdotales de Melquisedec, pre-figura de Cristo:
Como Rey y Sacerdote bendice al patriarca Abraham: “Y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram
del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra” (Gén. 14:19); su
bendición a Dios: “y bendito sea el Dios
Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram los diezmos de
todo” (Gén. 14:20). Melquisedec acepta los diezmos de Abraham: “Pero aquel cuya genealogía no es contada de
entre ellos, tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas”
(Heb. 7:6). Gén. 14:20. La relación de Mesías que mantiene con Cristo: “Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres
sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Sal 110:4). El
salmista se refiere al sacerdocio del Mesías, reconocido por Católicos y
Protestantes.
Su sacerdocio es eterno: “Sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días,
ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para
siempre” (Heb. 7:3) y su superioridad a Abraham: “Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor” (Heb.
7:7). Por último, Melquisedec es Rey y sacerdote de Salem, y Jesucristo es el
Rey y Sumo Sacerdote no sólo de Jerusalén, sino universal.
Este corto estudio establece la relación entre el
sacerdote eterno, Melquisedec, y el Sacerdote eterno, Jesucristo, por el cual
tenemos entrada al trono de la gracia de Dios. Las dos figuras están
fundamentadas en el libro de Génesis 14:20 y el Salmo 110:4, en el Antiguo Testamento.
Y en el Nuevo Testamento, en el libro de los Hebreos, capítulos 5, 6 y 7,
específicamente.
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