LOS CARTULARIOS DE VALPUESTA:
BALBUCEOS DEL ROMANCE
Primeros vestigios del romance de los siglos IX al XII
Amadeo
Albuquerque Lara
Las primeras
palabras del que sería castellano y posteriormente español, aparecen en los
Cartularios de Valpuesta y no en las Glosas Emilianenses y tampoco en las
Glosas Silenses, según lo confirma la Real Academia Española de la Lengua (RAE)
por los dos volúmenes que editó en noviembre de 2,010. La RAE los llama
Becerros Gótico y Galicano de Valpuesta, en ediciones facsimilares en colaboración
con el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Los autores de este trabajo
declaran que los documentos del monasterio de Burgos (los Cartularios de
Valpuesta) incluyen “términos que son los primeros vestigios del castellano y
los más antiguos encontrados hasta ahora”. Don José Antonio Pascual, ex-vicedirector
de la RAE, quien también dirige el Instituto de Historia de la Lengua de La
Rioja, destaca la relevancia de los Cartularios. Pascual los explica así:
“Hasta el siglo XIII prácticamente no se escribe en lengua romance, así que
estos documentos, que son de los siglos IX, X, XI y XII, son importantísimos,
ya que en esos siglos van surgiendo muchas palabras y grafías, muchos gestos de
escritura que van detectando cómo es el romance de esos momentos”.
Sin embargo,
aunque el académico José Antonio Pascual no reconoce documentos romances sino
hasta el siglo XIII, debo asegurar que el Cantar
de Mío Cid fue publicado en el año 1,140 (41 años después de la muerte del
Cid) por un juglar mozárabe de la región de Medinacelli. Este libro pertenece a
los cantares de gestas propios del Mester de Juglaría. En cambio, el libro Milagros de Nuestra Señora, escrito por
el clérigo Gonzalo de Berceo, Arcipreste de Hita (c. 1283-c. 1351), máximo
exponente del Mester de Clerecía, cuyos representantes se enorgullecían de ser
tan cultos y tan exactos en cuanto a la rima y conteo de sílabas de sus poemas.
Sin duda por esta razón el ex vicerrector de la RAE, José Antonio Pascual
expresa que no se escribió en romance hasta el siglo XIII.
Por lo tanto,
veo conveniente hacer notar que el romance aparece primero en los Cartularios
de Valpuesta (ss IX, X, XI y XII), según avala también la RAE; luego el
filólogo Ramón Menéndez Pidal afirma que las Glosas Emilianenses y Silenses
también contienen palabras en romance de esa época. Pero ya el romance
documentado en libros, se manifiesta en el Cantar
de Mio Cid (siglo XII) y Milagros de
Nuestra Señora (siglo XIII), máxima obra literaria del clérigo Gonzalo de
Berceo.
Volviendo ahora
a los Cartularios de Valpuesta, debo explicar qué son estos Cartularios. Estos son
documentos guardados en el arcedianato de Santa María de Valpuesta, en lo que
hoy es el nordeste de la provincia de Burgos. Los monjes escribas de este
arcedianato guardaban un registro (entre los años 804 y 1140) de “las cosas
relacionadas con la agricultura, la ganadería, los ropajes, los alimentos, las
relaciones sociales y los accidentes geográficos”, los cuales se conocen como
“Cartularios de Valpuesta” o “Becerros de Valpuesta”. Estos documentos fueron pasados
en limpio— por el canónigo de Valpuesta Rodrigo Pérez de Valdivielso, en 1,236.
La editorial
burgalesa, Siloé, es la responsable de editar la primera edición facsímil de
los Cartularios. El académico Pascual afirma: “Una edición facsímil, un clon,
es de un valor extraordinario para los filólogos, los historiadores y los
paleógrafos, porque podemos comprobar si algunas lecturas de aquellos
documentos pueden cambiarse o no”. Se refiere así a la controversia entre el
gobierno de La Rioja y la Junta de Castilla y León, porque el gobierno de la
Rioja defiende el documento de los Cartularios; mientras que la Junta de
Castilla argumenta que son las Glosas Emilianenses y Silenses las que deben
citarse como “chispazos primigenios” de lo que ahora es el español; pero esta
contienda obedece más a motivos políticos y turísticos antes que a la filología
y a la historia, lo cual merece mayor autoridad.
El sacerdote
franciscano Saturnino Ruiz de Loizaga, experto en temas medievales, teólogo,
paleógrafo y archivero del Vaticano, da fe que “Muchos de estos vocablos
constituyen las primeras indicaciones o menciones del idioma castellano. Sin
lugar a dudas, las primeras voces escritas en lengua romance se encuentran en
el Becerro de Valpuesta”. También este experto afirma que los monjes de
Valpuesta pretendían redactar todos los documentos en latín; pero que ya para
estos años no dominaban a profundidad este idioma y por eso se veían forzados a
utilizar términos no latinos, glosados en romance.
Siguiendo con la
controversia entre los Cartularios y las Glosas, el sacerdote Ruiz de Loizaga
cita que “Ramón Menéndez Pidal, pensaba que las Glosas habían sido escritas en
la segunda mitad del siglo X; pero esa datación no se puede sostener hoy. Las
Glosas Emilianenses son probablemente de la segunda mitad del siglo XI,
mientras que varias actas del cartulario de Valpuesta se redactaron en el siglo
X y puede que alguna en el siglo IX”.
Cabe mencionar
que Don Ramón Menéndez Pidal (La Coruña, 1869 - Madrid, 1968) fue filólogo e
historiador español. Es una autoridad en la historia del desarrollo de la
lengua española y verdadero iniciador de la filología hispánica, creó una
importante escuela de investigadores y críticos. Sin embargo, en su tiempo no se
habían descubierto las glosas del Cartulario de Valpuesta y solo se reconocían
las Glosas Emilianenses y Silenses como los primeros vestigios del romance que
más tarde se caracterizaría como castellano, y posteriormente, español.
Borja Hermoso,
citando el Original del Cartulario de Valpuesta (siglo IX) en el Archivo
Histórico Nacional, explica cómo se originaron las glosas del Cartulario de
Valpuesta:
“Bajo una helada
del demonio y la mirada escrutadora del arcediano, el pobre monje, temeroso de
Dios y de que le tiemble el pulso, copia lentamente en su scriptorium la relación de bienes que generosos donantes han
regalado al monasterio. Traza con una pluma de ave mojada en hollín desleído en
agua:
El escribano
anotaba la palabra “Kaballos” donde tenía que poner, o donde hasta entonces
ponía, “Caballum”. Luego escribe: “Molino”. No “Mulinum”. Y “Calçada”, y no
“Calciata”. “Pozal”, en lugar de “puteale”. “Iermanos” en vez de “frater”.”
Termina aquí la cita de Borja Hermoso.
Aclaro que los
términos glosados son una muestra del latín hablado de la época y no
representan el léxico del latín clásico, porque éste ya no era común entre la
mayoría de hablantes de estos siglos; pero tampoco el latín hablado era de
pleno dominio de los monjes escribanos. Por ejemplo: la palabra “caballum”
proviene del latín hablado y significaba “jamelgo” o como decimos en Nicaragua,
un cholenco; mientras que “eqqus” era el término del latín clásico. De este
término clásico el español deriva ‘equino’ y ‘equitación’, por ejemplo. De
manera que la palabra española ‘caballo’ sustituyó a la designación clásica del
animal.
Por otro lado,
la palabra ‘calzada’ viene del latín hablado “calciata”, porque el vocablo del
latín clásico era “calx, calcis”. En cuanto a la palabra “iermanos” proviene
del latín “germanus”; el vocablo del latín hablado ‘iermanos” ya aparece
diptongado, con pérdida de la “g” inicial; aunque la palabra “frater” es
latina, ya en otras acepciones se usaba la frase “frati germani” para referirse
a hermanos de padre y madre. También en las glosas aparece la palabra “matera”,
madera, en vez de “lignum”, que era el vocablo del latín clásico. Por último,
para no hacer la nota muy larga, en los documentos aparece la palabra “eglesia”
en vez del latín “ecclesia” y en español moderno, iglesia. Pero nuestro español
deriva de ‘ecclesia’, eclesiástico.
Cabe aquí hacer
notar que por razones de los dos registros entre el latín clásico y el hablado,
el idioma español heredó una palabra culta y otra popular, derivadas del mismo
vocablo clásico. Por ejemplo, ‘speculum’
dio origen a espejo en español común y ‘espéculo’: instrumento que usan los
dentistas para examinar la dentadura; aurícula y oreja; apícula y abeja; décimo
y diezmo; delicado y delgado; frígido y frío; íntegro y entero, etc. En el
ámbito de la religión, la ciencia, la medicina y la filosofía también se han
conservado muchos cultismos debido a que fueron palabras utilizadas por los
clérigos y otros profesionales sin que tales palabras hayan sufrido la
evolución fonética o morgológica que el pueblo común fue desarrollando a través
del tiempo.
Volviendo a las
referencias de las ciudades de Burgos y La Rioja, ambos lugares merecen la
atención de filólogos, historiadores y
lexicólogos. En Burgos se ubicaba el monasterio de Santa María de Valpuesta, en
donde se guardaban los citados documentos relacionados con las donaciones al
monasterio, llamados Cartularios, pertenecientes a los siglos IX-XII. También
la ciudad de Burgos tiene importancia filológica e histórica, porque allí se
encontraba el Monasterio de Silos, donde se guardan las Glosas Silenses. En
tiempos del filólogo Ramón Menéndez Pidal, filólogo, investigador y autor de la
edición crítica de El Cantar de Mio Cid,
estas glosas eran consideradas los primeros balbuceos del idioma castellano;
pero como queda demostrado, estas afirmaciones han cambiado.
En cuanto a la
ciudad de La Rioja, la controversia se da por ser la cuna de las Glosas
Emilianenses, pues en La Rioja se encuentra el Monasterio de San Millán de la
Cogolla. Este monasterio era el guardián de las Glosas Emilianenses, glosas que
compartían con las Glosas Silenses la fama de ser los primeros vestigios del
romance castellano. Pero los avances en los estudios filológicos, históricos y
paleógrafos, han confirmado que los primeros vestigios del romance castellano
se encuentran en los Cartularios de Valpuesta o Becerros de Valpuesta. Como
queda documentado por la Real Academia Española de la Lengua (RAE) y el Instituto
Castellano y Leonés de la Lengua han confirmado estos hallazgos filológicos.
En conclusión,
Burgos y La Rioja son ciudades depositarias de los primeros documentos que
contienen glosas al margen de documentos latinos, glosados por monjes escribas
de los citados monasterios. En Burgos se guardan los Cartularios de Valpuesta y
las Glosas Silenses; pero también, Burgos es la ciudad hacia donde se dirije el
Cid campeador, cuando huye del rey don Alfonso, quien lo desterró de Castilla.
La gesta del Cid está relatada en el libro “El
Cantar de Mio Cid” (siglos XI-XII), perteneciente al Mester de Juglaría.
Aunque el libro se clasifica como anónimo, algunos expertos afirman que pudo
haber sido escrito por un mozárabe de la región de Medinacelli. Por otro lado, en la Rioja, se guardan las
Glosas Emilianenses y además, La Rioja es la cuna de la publicación del libro “Milagros de Nuestra Señora” de Gonzalo
de Berceo (siglo XIII), clérigo secular perteneciente al Mester de Clerecía; y
es la primera manifestación formal del romance castellano con mesclas del dialecto
riojano.
Además, en los
documentos citados a partir de los siglos IX hasta el XIII, lo que se documenta
es un romance que todavía no tiene el apellido de castellano, aunque así lo
llaman los expertos; pues como se ha dicho, durante esos siglos existían en
España una serie de dialectos que posteriormente se conjugaron en el romance
castellano. Un ejemplo claro es el libro de Berceo que evidencia la intromisión
del dialecto riojano. De la misma manera, el Cantar de Mio Cid, por haber sido supuestamente escrito por un
mozárabe, tiene sus influencias de formas dialectales de la región de
Medinacelli. Entendemos entonces que el romance castellano es el producto de
varias influencias léxicas, morfológicas y sociológicas, por lo que no nació
con las especificaciones de lo que hoy conocemos como castellano del siglo XV.
Para finalizar, el
“scriptorium” se ubicaba en salas en
donde varios escribas, cada uno en su “scriptorium”, cuidadosamente copiaban
los documentos relacionados con los monasterios locales, documentos históricos
y otros relacionados con la religión. Estos copistas estaban bajo la vigilancia
de un superior que se encargaba de constatar que las copias se correspondían
con los originales. Gracias a estos monjes, a los estudios filológicos,
históricos y paleográficos, hoy contamos con documentos tan importantes para el
entendimiento de la evolución de nuestra lengua española.
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