DOCTRINAS Y PRÁCTICAS DE LA IGLESIA PRIMITIVA DE
JERUSALÉN
Base Bíblica: Hechos de los apóstoles y epístolas de
Pablo
Amadeo Albuquerque Lara
El libro de los Hechos de los apóstoles es la fuente
bíblica de la historia de la iglesia primitiva de Jerusalén y algunas de las
epístolas del apóstol Pablo. Por tal razón, debemos escudriñar las prácticas y
doctrinas de este primer grupo de creyentes en Jesús, el Mesías de Israel.
Aclaro que digo creyentes y no cristianos, porque fue en Antioquía, mucho
tiempo después, en donde los primeros discípulos fueron llamados cristianos
(Hechos 11:26). Se supone que ya había transcurrido bastante tiempo desde la
venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés. Ya Pablo había visto la
visión en el camino a Damasco, después de haber participado en la persecución
de los discípulos de Jesús.
Ya Esteban había sido martirizado, pero los que habían
sido esparcido después de su muerte, sólo evangelizaban a los judíos. Pero en
Antioquía les hablaron del evangelio del Señor Jesús, también a los griegos; no
obstante, esta noticia molestó grandemente a la Iglesia de Jerusalén. Por eso,
enviaron a Bernabé a Antioquía. Bernabé constata la conversión de los hermanos
de Antioquía, se regocija y exhorta a los creyentes a que permanezcan fieles al
Señor. La razón era que Bernabé “era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo”
(Hechos 11:24). Como consecuencia, una gran multitud fue agregada al Señor, en
Antioquía.
“Después
fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. 26
Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y
a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía” (Hechos 11:25).
Pero no solamente fueron llamados cristianos, sino que
también el grupo de seguidores de Jesús se conocía como los del Camino; Hechos
19:9, 24: 14 “Pero esto te confieso, que según el Camino
que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las
cosas que en la ley y en los profetas están escritas” Hechos 24:14) Además
de estos nombres, fueron conocidos como la secta de los nazarenos (Hechos 24:5).
Notemos que la base bíblica para la evangelización a judíos y gentiles es la
ley y los profetas, para probar la autoridad que tenía Jesús, como el Mesías
prometido. El mismo Jesús citó la ley y los profetas a sus discípulos
incrédulos, para probarles que él era el Mesías.
“Entonces
él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los
profetas han dicho! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y
que entrara en su gloria? 27 Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos
los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”. (Lucas 24”25-27)
Sin embargo, por lo que hemos leído, no sólo existió
la iglesia de Jerusalén, sino que por la predicación de los apóstoles y
creyentes, se fueron organizando iglesias por toda el Asia Menor. a medida que los
seguidores del Camino eran fustigados, debido a la cruenta persecución de parte
de los líderes religiosos de la religión judía.
Pero volvamos a las prácticas del grupo de creyentes
que formaban la Iglesia de Jerusalén. El criterio general que se tiene de las
prácticas religiosas de estos primeros creyentes es que 1) eran unidos, 2) que
practicaban mucho la oración en grupos, 3) que compartían el pan en las casas
de los demás creyentes, 4) que vendían sus posesiones para el beneficio de los
más necesitados; y 5) que eran muy entregados a compartir su fe por donde
quiera que se desplazaban, al ser perseguidos por creer en el Jesús resucitado;
y además, debido al espíritu de hermandad de estos seguidores de Jesús, “sobrevino temor a toda persona; y muchas
maravillas y señales eran hechas por los apóstoles” (Hechos 2:43-47). Todo
esto era muy bueno, pero sus doctrinas todavía eran judías; por eso, no
aceptaban a los gentiles.
De manera que todas estas prácticas las hemos tomado
como base de una verdadera doctrina y fe evangélicas, con la creencia de que no
hubo problemas doctrinales ni de comportamiento humano que requiriera una
fuerte disciplina de parte de los apóstoles. Pero ya hemos visto que también
las “columnas de la Iglesia” se plegaban a la ley de Moisés. Hacía falta un
Pablo para que reprendiera hasta al mismo Pedro.
Por tanto, examinemos unos pequeños problemas que se
suscitaron, respecto al repartimiento del pan, y a la venta de las posesiones.
En cuanto al repartimiento del pan y la ayuda a los necesitados, hubo quejas de
parte de los griegos.
En
aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de
los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquellos eran desatendidas
en la distribución diaria
(Hechos 6:1).
Recordemos que los creyentes griegos eran considerados
gentiles e incircuncisos de parte de los hebreos judaizantes. Por tanto, ya se
empieza a manifestar el descontento racial y religioso. Sin embargo, los
apóstoles resuelven el problema, nombrando diáconos para que atiendan a los
necesitados, sin distingo de etnias, a fin de que ellos, los apóstoles, se
dedicaran a la predicación del evangelio. Por ende, debido a este conflicto se
instituye el diaconado, como segunda autoridad, después de los apóstoles. Pero
veamos los requisitos para el nombramiento de estos siete diáconos.
“Buscad,
pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos
del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. 4 Y
nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra” (Hechos 6:3-4).
Mas, en cuanto a la venta de las posesiones para
beneficio de los más necesitados, hubo un problema mayor. Un matrimonio formado
por Ananías y Safira, venden sus posesiones, pero mienten a los apóstoles y
“tientas al Espítu del Señor” al entregar sólo parte del dinero de la venta.
Aquí se manifiesta el pecado de la mentira y la falsa piedad y honestidad. Sin
embargo, este pecado no queda sin castigo. Ananías muere primero al afirmar que
ha entregado completo el producto de la venta de sus posesiones; y posteriormente,
también su esposa Safira, cae muerta como consecuencia de la misma mentira y
falsa piedad de su difunto marido. Estos dos ejemplos, sirven como prototipo de
los futuros comportamientos que se han dado dentro de las iglesias: quejas por
la discriminación en los beneficios a los pobres; y la falta de honestidad en
las dádivas a la iglesia (Hechos 5:1-11).
Preparación incompleta de parte de
los dirigentes de la iglesia.
Cabe señalar que los dirigentes reconocidos como
“columnas” en la Iglesia de Jerusalén son Santiago el Justo, Pedro y Juan. Pero
observemos que los doce apóstoles fueron comisionados por el mismo Jesús para
que además de predicar la cercanía del Reino de Dios, también sanaran enfermos,
echaran fuera demonios y poder sobre los espíritus inmundos. Según el evangelio
de Marcos 3:13-19, el Señor Jesús escoge a doce discípulos para que anden con
él (estrategia del Reino de Dios, Marcos 1:14). Notemos que no puede haber
predicación, ni poderes sobrenaturales, sin que antes haya intimidad con el
Maestro.
En razón de esta intimidad, los envía con el poder
sobre los demonios. El énfasis de la misión es en contra de los demonios, los
espíritus inmundos, y sobre toda clase de enfermedades, que eran las plagas de
la época; y también era la base para la aceptación de la predicación. De manera
que estos poderes hacían que se despertara un gran “temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por
los apóstoles” (Hechos 2:43). Sin embargo, según Mateo, la orden del
Maestro es ir primero a las ovejas perdidas de la casa de Israel; porque los
instruye: “No vayáis por el camino de los
gentiles, y no entréis en ninguna ciudad de los samaritanos” (Mateo 10:5).
Por tanto, había una premura de predicar primeramente a los judíos. Por esa
razón, la Iglesia de Jerusalén tiene una visión judaica, a favor de 1) la
estricta observancia de la ley de Moisés, 2) de la circuncisión y 3) de no
comer animales considerados por la ley de Moisés como inmundos.
Por tanto, estas tres bases doctrinales provenientes
de la ley de Moisés, se convierten en una restricción en contra de los
gentiles, especialmente, en contra de los griegos. El mismo apóstol Pedro se pliega
a estas creencias, de manera que Pablo le reclama fuertemente, en la cara, porque
no se comporta conforme a la verdad del evangelio. Pablo reprende a una de las
“columnas” de la Iglesia de Jerusalén.
“Pero
cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a
Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como
judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (Gálatas 2:14).
Las exigencias de los judaizantes dentro de la Iglesia
de Jerusalén fueron un obstáculo serio para la evangelización de los gentiles.
Pero estos problemas surgen dentro de la iglesia organizada, porque el día de
Pentecostés, la predicación del Jesús resucitado fue efectiva para judíos y
gentiles, porque “el Señor añadía cada
día a la Iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47). El Señor no
sólo salva a judíos, sino a quienes habían de ser salvos. Muchas veces, los
líderes de las iglesias modernas obstaculizan el trabajo de la evangelización, y
la formación espiritual de los creyentes, en defensa de las tradiciones creadas
por los hombres.
La doctrina de Pablo en cuanto a la
ley de Moisés
Observemos que Santiago, Pedro y Juan, son las
columnas de la Iglesia de Jerusalén, pero se dejan llevar por el judaísmo.
Hasta el mismo Bernabé se hace a favor de los judaizantes; aunque más tarde en
Antioquía, cambia su punto de vista doctrinal, en favor de los gentiles de
Antioquía (Gálatas 2:11-21). En este pasaje, el apóstol Pablo expone la
doctrina del evangelio que recibió cuando fue comisionado como apóstol a los
gentiles. Su doctrina en cuanto a la ley de Moisés es clara, según la carta a
los gálatas. La salvación es por la fe en Cristo y no conforme a los rudimentos
de la ley mosaica.
La doctrina en cuanto a la
circuncisión
Tito, siendo griego, y por tanto gentil, no fue
obligado a circuncidarse; pero el escándalo por la exigencia de la circuncisión
era tan fuerte, que tuvo que organizarse un concilio en la Iglesia de Jerusalén
para tratar la doctrina de la ley de Moisés y la circuncisión (Gálatas 2:3-8 y Hechos
15:1-5)
“Entonces
algunos que venían de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis
conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos. 2 Como Pablo y Bernabé
tuviesen una discusión y contienda no pequeña con ellos, se dispuso que
subiesen Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles
y a los ancianos, para tratar esta cuestión”. (Hechos 15:1-2).
Esta postura de los que vinieron de Judea era una
herejía muy clara, aunque las “columnas” de la Iglesia de Jerusalén no lo
consideraron así en su momento. Más bien, le dieron tanta importancia, que
convocaron a un concilio para tratar esta cuestión. Pues la no circuncisión, se
oponía al cumplimiento de la ley de Moisés. En consecuencia, esta doctrina se
constituía contra la fe y la gracia salvadora de Jesús; circuncisión versus
gracia.
“Porque
por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don
de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9)
Otra carta de Pablo que expone la verdadera doctrina
evangélica, en cuanto a la salvación por gracia, no por la ley, ni tampoco por
obras, se manifiesta en la carta a los Efesios.
La doctrina en cuanto a los
animales inmundos
La tercera polémica que se desarrolla en la Iglesia de
Jerusalén se relaciona también con la ley de Moisés. Se trata de no comer
animales considerados inmundos. Para contrarrestar esta falsa doctrina, Pedro
recibe una visión de un lienzo que baja del cielo con toda clase de animales
inmundos; sin embargo, esta visión más bien tiene que ver con la aceptación de
los gentiles por parte del apóstol Pedro, quien había recibido la misión de
predicarle solamente a los de la circuncisión; es decir, a los judíos y no a
los gentiles. Cornelio era gentil, y sin esta visión, Pedro no lo hubiera
considerado digno de la fe evangélica (Hechos 10:9-16). Pedro se sincera ante
Cornelio y los que lo acompañaban, y les dice:
“Vosotros
sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un
extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o
inmundo” (Hechos 10:28)
Por sus palabras, Pedro expresa el horrible concepto
que tiene de los gentiles: abominables, comunes e inmundos. Para Pedro, antes
de esta visión, los gentiles son gente abominable, común e inmunda. Es decir,
si el mismo apóstol Pedro tiene este concepto, ¿qué se podía esperar de los
demás apóstoles y miembros de la Iglesia de Jerusalén? ¿Qué había pasado con la
Gran Comisión de Mateo 28:19-20 y Marcos 16:15-18?
Por lo visto, la Iglesia de Jerusalén tenía serios
problemas doctrinales en cuanto al cumplimiento de la Gran Comisión encomendada
a los apóstoles por Jesús, antes de ascender al cielo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19,
Marcos 16:15).
¿Se pueden imaginar a una iglesia fundada por los
apóstoles de Jesús, que tuviera tantas doctrinas en contra del cumplimiento de
la Gran Comisión dada a quienes se consideraban “columnas de la iglesia de
Jerusalén”? Y esto que, según el libro de los Hechos, la fuente de la historia
de los primeros creyentes,
“Todos
los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 45 y
vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad
de cada uno. 46 Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el
pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando
a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo” (Hechos 2:44-47).
Además, hay que tomar en cuenta que estos creyentes
habían recibido el Espíritu Santo y habían sido bautizados en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Lo que quiere decir que hacía falta un
apóstol Pablo para que les enseñara la verdad del evangelio de Jesucristo. El
comportamiento de los apóstoles demuestra que a pesar de los tres años que
pasaron en la intimidad de Jesús, y de haber recibido poderes sobrenaturales,
no lo habían conocido. Tomás dudó al verlo resucitado; también los demás
discípulos creyeron que se habían robado el cuerpo de Jesús, igual criterio que
los líderes religiosos, cuando aconsejaron que pusieran guardia a cuidar el
sepulcro; y aun hablando con ellos, después de resucitado, no lo reconocían.
La lección que captamos de los comportamientos de los
apóstoles y creyentes de la Iglesia de Jerusalén es que la institución humana
apela y prioriza el poder de mando y la estructura administrativa, antes que al
Poder del Espíritu Santo, y al mandato de Jesús, manifestado en la Biblia, como
la Gran Comisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario