MINISTERIO
DE LOS DIÁCONOS
Amadeo
Albuquerque Lara
En las
iglesias cristianas evangélicas se reconocen varios ministerios para el
fortalecimiento espiritual, educativo y social de los miembros de las iglesias
locales. El Nuevo Testamento nombra los principales ministerios. El apóstol
Pablo le señala a la iglesia de Corinto esos ministerios: “Y a unos puso
Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero
maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que
ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas” (1
Corintios 12:28 - Reina-Valera 1960). Destacado es mío.
Entre los
ocho ministerios que Pablo nombra, están “los que ayudan”. Este
ministerio concuerda con el de los diáconos. El libro de los Hechos de los
Apóstoles menciona el nombramiento de siete diáconos con el fin de ayudar a
los apóstoles en el servicio de las mesas en favor de las viudas y
necesitados que asistían a las iglesias, especialmente, en la Iglesia de
Jerusalén. La queja vino de parte de los griegos, debido a la marginación de
sus viudas.
La palabra
“diácono” proviene del griego διακονος,
diakonos; y del griego pasó al latín “diaconus”: servidor.
Este concepto es el que toman los apóstoles para nombrar a los primeros
diáconos en la Iglesia de Jerusalén, pero había características espirituales y
sociales que estos diáconos tenían que poseer.
Requisitos
para la elección de los diáconos: 1) de buen testimonio; 2)
llenos del Espíritu Santo, y 3) llenos de sabiduría.
“Buscad,
pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos
del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo” (Hechos
6:3). Éstos no tienen otro oficio más que de servir a las mesas;
mientras los apóstoles se dedican de tiempo completo a predicar el Evangelio de
Jesucristo, y a la administración de la Iglesia de Jerusalén. Sin embargo, hay dos
de estos siete diáconos que se destacan como evangelistas, predicadores y
administradores del bautismo. Se trata de Esteban y Felipe. Pero ninguno de los
siete diáconos elegidos por la Iglesia recibe autoridad sobre los apóstoles.
Los diáconos son servidores, y los apóstoles predicadores y administradores.
Otra función de los diáconos, no es bíblica.
El
martirio de Esteban por lapidación
Esteban
es el primer mártir muerto a pedradas por predicar el Evangelio de Jesucristo,
y porque estaba “lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y
señales entre el pueblo” (Hechos 6:8). Estas virtudes espirituales y de
popularidad del diácono Esteban provocó el odio y el celo de los líderes
religiosos judíos, de tal manera que soliviantaron al pueblo para que Esteban
muriera apedreado.
Este
martirio de Esteban ocurrió entre los años 32-34 d. C. y en esta lapidación
consentía el entonces perseguidor de la Iglesia, Saulo de Tarso a los pies del
cual pusieron las ropas de Esteban.
“Y
Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la
iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de
Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. 2 Y
hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre
él. 3 Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa
por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel”
(Hechos 8:1-3).
Pero
Saulo sería “instrumento escogido para llevar mi nombre en presencia de
los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le
mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hechos 9:15-16). Saulo,
ya convertido al Evangelio, vino a ser el apóstol Pablo para la conversión de
los gentiles y fundador de muchas iglesias del Asia Menor y sus vecindades. Sin
duda la conversión de Saulo de Tarso fue la última obra impulsada por el
Espíritu Santo que heredó el diácono Esteban a la Iglesia de Jesucristo en Jerusalén;
y de hecho para la posteridad de cristianos bíblicos.
El
ministerio de Felipe, diácono, evangelista y elocuente predicador
Felipe es
el otro diácono que se destacó como evangelista y elocuente predicador del
Evangelio de Jesucristo. La primera obra evangelizadora de Felipe se narra en
el libro de los Hechos de los Apóstoles acerca de la magna obra en Samaria,
ciudad despreciada por los judíos:
“Pero
los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio. 5 Entonces
Felipe, descendiendo a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo. 6 Y
la gente, unánime, escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y
viendo las señales que hacía. 7 Porque de muchos
que tenían espíritus inmundos, salían estos dando grandes voces; y muchos
paralíticos y cojos eran sanados; 8 así que había
gran gozo en aquella ciudad” (Hechos 8:4-8).
En
Samaria, Felipe predica a Cristo y hace muchas señales de sanidad; incluso,
Simón el mago, quien engañaba a muchos en Samaria, de tal manera que de él
decían que era el gran poder de Dios. Pero Felipe estaba lleno del Espíritu
Santo y por su predicación y señales, Simón el mago se convierte, se bautiza y
está al lado de Felipe. Pero la Iglesia de Jerusalén abrigaba dudas de que los
samaritanos hubieran sido convertidos a Cristo. Por eso, los apóstoles Pedro y
Juan son enviados a Samaria.
“14 Cuando
los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la
palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; 15 los cuales, habiendo
venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; 16 porque aún
no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido
bautizados en el nombre de Jesús. 17 Entonces les imponían las manos, y
recibían el Espíritu Santo” (Hechos 8:14-17).
El
evangelista Lucas, quien escribió el libro de los Hechos, es muy cuidadoso al
describir el ministerio de los diáconos. Aquí en Samaria, son los apóstoles
Pedro y Juan los que llegan a confirmar la fe de los nuevos creyentes, y a
imponer las manos sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Felipe el
diácono aunque estaba lleno del Espíritu Santo, solamente había oficiado el
bautismo en agua. En ninguna manera Felipe se coloca sobre la autoridad de los
dos apóstoles enviados por los apóstoles que estaban en la Iglesia de
Jerusalén.
La
segunda obra evangelizadora del diácono Felipe se narra en el mismo libro de
los Hechos. Se trata de la instrucción y bautizo del tesorero y alto
funcionario de la reina de Etiopía. Pero este hombre ya estaba en los planes de
Dios para su salvación: era devoto que venía a Jerusalén a adorarlo; y además,
era un asiduo lector del profeta Isaías. Adoraba a Dios y estudiaba su Palabra,
pero no tenía quién se la explicara. Esa fue la misión encomendada al diácono
Felipe.
“Un
ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el
camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. 27 Entonces
él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace
reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a
Jerusalén para adorar, 28 volvía sentado en su
carro, y leyendo al profeta Isaías” (Hechos .
El
resultado de este encuentro fue la conversión del tesorero y alto funcionario
de la reina de Etiopía. Pero no sólo se convirtió este insigne hombre, sino que
también le pidió a Felipe que lo bautizara. “Y yendo por el camino, llegaron
a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?”
(Hechos 8:36). Se cree que este nuevo creyente comenzó la obra y la
organización de iglesias en Etiopía. El eunuco era un devoto que había venido a
adorar a Jerusalén y que leía la Biblia hebrea; pero Dios preparó a Felipe para
que lo instruyera, lo ayudara a comprender el mensaje del pasaje del profeta
Isaías, el cual él leía, y lo condujera a la conversión y bautizo en agua.
Pero
Felipe no se quedó ahí, satisfecho de haber ganado a un personaje importante. Después
de la conversión del eunuco, Felipe mientras pasaba por otras ciudades,
anunciaba el evangelio de Jesucristo. “Pero Felipe se encontró en Azoto; y
pasando, anunciaba el evangelio en todas las ciudades, hasta que llegó a
Cesarea” (Hechos 8:40).
Características
espirituales, sociales y de fidelidad de los diáconos
Estos
relatos destacan la obra evangelística y de consolidación de las personas que
se convertían al evangelio. Eran diáconos, pero ellos estaban llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría. El Nuevo Testamento es muy estricto al describir
las características espirituales que debe tener una persona para ser diácono.
Ya en el libro de Hechos hemos leído que el diácono debe ser de buen
testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. Pero también hay otros
requisitos para el diácono, las diaconisas, y para las esposas de los diáconos.
Dice Pablo a Timoteo que antes de nombrar diáconos dignos del evangelio, que
sean sometidos a prueba para demostrar que son irreprensibles:
“Los
diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no
codiciosos de ganancias deshonestas; 9 que guarden el misterio de la fe con
limpia conciencia. 10 Y estos también sean sometidos a prueba primero, y
entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles. 11 Las mujeres asimismo
sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo. 12 Los diáconos
sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas. 13
Porque los que ejerzan bien el diaconado, ganan para sí un grado honroso, y
mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús” (1ra Timoteo 3:8-13).
Al
examinar estas características espirituales, obligan a valorar el ministerio de
un diácono. No es sólo para que sirva a las mesas; es que debe ser ejemplo en
la iglesia local, en el aspecto espiritual, moral y de humildad y mansedumbre.
Debe saber gobernar a sus hijos y sus casas, y deben ser sometidos a prueba
primero y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles. Es de notar que
esto de saber gobernar a los hijos, es una tarea muy difícil hoy en día por las
leyes de la llamada “nueva psicología” y por las leyes en ciertos países, si
desde muy tiernos no son instruidos en la Palabra de Dios; porque ahora los
hijos amenazan a sus padres cuando éstos quieren imponerles la disciplina
cristiana; pero también eso depende de cómo los hijos hayan observado la
disciplina en el hogar y en la iglesia. Las iglesias locales también cargan con
la responsabilidad de educar a los niños en la Escuela Bíblica Dominical.
La Biblia
también se refiere al ministerio de diaconisas y mujeres en general: Las
mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo.
El apóstol Pablo menciona a la diaconisa Febe, en la epístola a los cristianos judíos
y gentiles de la iglesia en Roma: “Os recomiendo además nuestra hermana
Febe, la cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea; 2 que
la recibáis en el Señor, como es digno de los santos, y que la ayudéis en
cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella ha ayudado a muchos, y
a mí mismo” (Romanos 16:1-2) .
Pablo
recomienda a Febe como diaconisa, entre los santos de la iglesia en Cencrea, y
que ella ha ayudado a muchos, incluyendo a Pablo. Es decir, es una diaconisa
que cumple con la tarea de los diáconos y con las características espirituales.
Ella es “digna de los santos”. El apóstol Pablo siempre se refiere a los
miembros de las iglesias como “santos”. Hoy en día, algunos creyentes evaden
esa calificación, porque dicen: “yo no soy santo o santa, ni mucho menos”. Sin
embargo, debe ser una de las características principales de los cristianos y de
un diácono o diaconisa, según las enseñanzas del Nuevo Testamento.
CONCLUSIÓN
Ha sido
el objetivo de este estudio ahondar sobre el ministerio del diaconado en las
iglesias. Asimismo, tiene el objetivo que la oficialidad de las iglesias
cristianas locales se apeguen a los mandatos del Nuevo Testamento para el
nombramiento de diáconos y diaconisas. Porque los diáconos son ayuda para el
pastor de la iglesia local, en la administración del bautismo y la Santa Cena;
pero si un diácono demuestra conocimientos doctrinales de la Biblia, y
demuestra dones del Espíritu Santo, que esté involucrado en las tareas de la
iglesia, en la asistencia a las sesiones de información que realiza la iglesia
(no debiera decirse “sesión de negocios”), también puede ejercer la predicación
de la sana doctrina bíblica, bajo la cuidadosa observación del Pastor.
El Nuevo
Testamento no enseña que los diáconos ejerzan autoridad sobre el pastor de la
iglesia local, ni de que se constituyan en junta directiva de la iglesia; ni
mucho menos que le inicien un juicio al pastor. Esa es función exclusiva de la
iglesia en asamblea, la que debe ejercer funciones de disciplina. Esa
práctica del diaconado con autoridad sobre el pastor, no es bíblica.
Tampoco el Nuevo Testamento enseña que para ser pastor de una iglesia local
primero debe ser diácono, como imponen algunas iglesias desviadas de la
instrucción bíblica. El ministerio del pastor es uno, y el de los diáconos es
otro. Es el pastor quien ejerce autoridad sobre los diáconos, con la aprobación
de los miembros de las iglesias; especialmente tratándose de las iglesias
bautistas que observan las enseñanzas del Nuevo Testamento.
Desafortunadamente,
algunas iglesias locales se han llenado de tradiciones y prácticas que no están
basadas en la Biblia. Esas añadiduras humanas a los mandatos de la Biblia las
desaprobó el Señor Jesús en sus encuentros con los fariseos. La Iglesia católica
también cayó en esa práctica, la cual ha dado mayor autoridad a la tradición,
antes que a la Palabra de Dios. Y ojalá que nuestras iglesias cristianas evangélicas
vuelvan a las enseñanzas de la Biblia, sin añadiduras humanas.